domingo, 18 de abril de 2010

Ajeno firmamento.

Ajeno Firmamento


¡Levántense ya¡ – la voz hermosa y delicada de mi madre se internaba en mi frágil y adormilada conciencia, remeciéndome fugazmente, con un inofensivo beso en mi fría mejilla- ya es hora de alistarse, sino nos dejará la lechera – única unidad móvil que trasladaba a los esporádicos viajeros que osadamente aventuraban visitar al pequeño y apacible pueblo de Llapa, en clara alusión a una camionetilla de color azul, a la que los viajantes le guardaban un cariño considerable, por sus enormes favores, el de hacernos menos engorroso el arribo, a tan esquivo destino.


- ¡Un ratito…, cinco minutos, mamá! – contesté debilitado aún más con la embriaguez que había desencadenado su ternura y afecto, inclinando mi rostro al lado contrario, y abrazando con fuerza la polvorienta almohadilla que yacía en aquella cama, de la que percibí un olor a humedad rancia, entremezclada con sudor de cabellera, proveniente, seguramente de cuanto visitante optó por dormitar y recostarse en ella. El tálamo estaba cubierto con frazadas de lana de oveja, confeccionadas a callua, era de madera rústica, con acabados grotescos, achacosa en su estructura y ruidosa; que por las características, ciertamente resultaba ser contemporánea de la vieja Lindaura, propietaria del hospedaje. La habitación guardaba un ensombrecido semblante; dejaba la sensación que ésta, se encargaba de filtrar, el pesar de sus ocupantes solitarios, a sus subrepticios poros y los dejaba disgregarse lentamente cada vez que llegaba un nuevo visitante.


- Son las tres y media de la mañana, así que apúrense, porque, sino nos dejará la lechera, y yo no sé..., se quedarán. - En tanto, mi madre se alisaba el cabello esponjoso, con un tridente de plástico, y hurgaba encontrar parte de su rostro en el reflejo de un espejito circular, el que andaba indefectiblemente en su cartera negra, la misma que albergaba todos sus cosméticos y, bajo la tenue luz que proyectaba una vela, adherida en la base de la ventana.


- Hijitos haber acá está sus pantalones y chompas – Mientras descubría el extremo de la cama, empezando por el lugar donde se encontraba mi hermano, pues era el mayorcito, procediendo armónicamente y con sutileza a cubrirle con sus vestimentas; mientras que Yo, meridianamente, reflotaba de los apacibles brazos del sueño; - Haber chiquitín ahora levántese usted – pasando a repetir el mismo procedimiento realizado para con mi hermano, mientras éste se encontraba ya, de pie en medio del cuarto bostezando y estirando sus extremidades superiores, con intensión de sacudir todo vestigio de somnolencia y asegurándose de cubrir bien sus brazos, hasta el tope de las muñecas, al igual que tapando todo resquicio en la parte del cuello y en la parte de los tobillos, a fin de evitar la penetración del frío crudo, de aquella noche.


- ¡Enfoca acá, por favor!. No veo. - le indicaba a mi hermano, mientras descendíamos por las escaleras con dirección a la calle. Dejando la puerta de la habitación, que nos cobijó, con su correspondiente llave tendiendo del candado.


En la calle ya, lo que se advertía, bajo la ciudad, era un cielo despejado, totalmente invadido por estrellas, y surcado intermitentemente por fugaces luceros, los que pude apreciar privilegiadamente, al contar con el bastón protector, de la mano izquierda de mi madre, sin cuidarme de fijar mis sentidos en la disposición del pavimento; dirigiendo mi mirada fija y vacía y mi atención hacia el estrellado espacio obscuro; percepción, que traslucía lo perceptible, en tanto mi mente me trasladaba, a deliberar en desconsuelo, todo aquello que dejaba: mi padre, mi escuela, mis amigos, mi vida.


El camino recorrido, resultó silencioso, entre nosotros; se escuchaba la conversación ininteligible de dos pasajeros varones cubiertos con ponchos de lana de oveja, provistos de botas de jebe, sobre sus cabezas yacían sombreros de pajilla, y en sus cuellos se enroscaban unas bufandas; iban montados en la baranda metálica, en la parte posterior de la aguerrida lechera. Mirábamos, el tenue contorno del rostro de mamá, el mismo que fácilmente captaba la reflexión de la luz que proyectaba la camionetilla hacia adelante, y con mayor precisión, cuando su luz se estrellaba con los peñascos en las curvas cerradas, advirtiendo la agitación de su ondulado cabello, por el viento, generado con la traslación y la velocidad oscilante del aparato motorizado; de marca Datsun, pick up, del año 1980, gasolinera, la que transportaba algunos recipientes de aluminio, los mismos que albergaban el producto lácteo del ganado vacuno de la capital provincial, hacia nuestro destino; allí le esperaba el gigantesco “lechero”, para realizar el transbordo del liquido lácteo y conducirlo hasta la “Perulac” en la capital de departamento.

¿Falta poco, mamá para llegar? – Irrumpió, mi hermano, el silencio que nos consumía. Mientras reiteradamente pensaba en lo nuevo de todo esto, en lo que nos esperaba. ¿Mi padre vendría por nosotros?. Sí, solo es cuestión de tiempo, él vendría por nosotros, me respondía. ¿Qué sucedería con él, al no encontrarnos en casa?. Pobrecito de mi papá, me respondía. ¿Seguiría inflexible y ponderablemente desempeñando en mis calificaciones como lo había hecho hasta entonces?; ¿me acostumbraría sin la presencia de él?, recordaba las calles de Cutervo, las cosas que había vivido allí, mis amigos, mis compañeros, mis profesores, “La Asunción”, mi enorme escuela primaria, administrada y dirigida por religiosas Concepcionistas San Franciscanas de Copacabana, la misma que se encumbraba como una gran escuela, en la que tan solo curse hasta el segundo grado de primaria.

Íbamos sobre su regazo, el cielo al fondo se encontraba atiborrado de estrellas, inicialmente; la atmósfera, luego se iba cercando sutilmente por manchas obscuras, las que no eran más que nubes preñadas de vapor, las que perturban por breves tramos, ver el fondo del infinito, y crecían apresuradas en su cohesión con el vil propósito de esputar su precipitación pluvial. Se escuchaba permanentemente el sonido del motor, agudizando y resonando en los lugares donde precisaba de esfuerzo para sortear el sinnúmero de baches, y los lugares enlodazados de la carretera; precisando más de una vez que los dos pasajeros se apearán y empujarán, a fin de que el ronco y osado armatoste cumpla su pretendido propósito.

3 comentarios:

  1. A todos los hermanos llapinos e hijos de ellos, les peticionó que escriban, y me remitan a mi correo para publicar asuntos de su autoría.
    Correo capergue@hotmail.com

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  2. Felicitacione primo, cosas como esta nos sacaran adelante,son pocas personas que hace publico y escriben con hombria algo que le servira al resto como una leccion de vida para salir adelante. Te felicito nuevamente y espero darte un abrazo en Agosto pesonalmente y algunos concejos para que agas de este blog una fuente de cultura para nuestros paisanos.
    Walter.
    New York.USA.

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  3. Hola Primo, que gusto saber de ti. Gracias, no sé como es que te has enterado de este blog, pero debo de confesar que me apasiona leer, antes lo hacía más a menudo y ahora tengo la osadía de escribir, creo que se perfeccionará, y me da gusto que te haya agradado. Este blog, tiene un propósito de conectarnos, y que bueno que esté produciendo uno de sus objetivos, tu que estás tan lejos, sería bueno que seas un colaborador, para enriquecerlo. Cuidate y ojalá podamos poder charlar en Llapa para esta festividad que se avecina.

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