El Llapino
Espacio para intercambiar experiencias entre la gente de la hermosa tierra, San Andrés de Llapa y exponer las distintas vivencias de los lugareños y los hermanos residentes en otras esferas del globo, propulsar el turismo ecológico y vivencial de esta paradisiaca y plácida tierra, enclavada en la Provincia de San Miguel de Pallaques, Región de Cajamarca, República del Perú.
martes, 16 de agosto de 2022
sábado, 4 de enero de 2020
Reencuentro
I
Hola querido y estimado lector, es extremado el tiempo que no he podido incorporar algún tipo de expresión, y dar sustento a este humilde blog, pero al haberlo reencontrado y advertir que reposa sobre mi persona el privilegio de darle sustento; y manteniendo la línea libre de pensamiento, procedo en primer lugar, a disculparme por mi extendido silencio, y en claro anhelo de seguir expresándome y aportar humildemente, para el regocijo de todo aquel que pueda consumir estas líneas, en claro compromiso de seguir otorgando el suministro que corresponde, para dar vigencia y latir a este muro, que se dio inició en mi novel corazón, hace un buen tiempo pretérito; procedo a reactivarla, en la misma directriz inicial, para la cual tuvo su origen, en tanto de manera gradual, la sustentaré, asumiendo el compromiso de aportar lo que corresponda.
Esperando que sea de agrado, lo que me permita escribir, en tanto, no soy experto en el arte de la escritura, y con la permisión que corresponda, de manera fluida, en base a las vivencias que he tenido y tenga y bajo el influjo de la noble inspiración que se me otorgue, en tanto, nada de lo mío es propio, pues lo tengo por recibido; y las circunstancias heredadas, en gran manera, no he tenido pleno dominio, en los inicios de esta vida otorgada por gracia.
Expresando la gratitud a Nuestro Creador, por permitir que tenga hálito de vida, cuál regalo precioso, aún me lo otorga, y en su infinita misericordia, ha permitido el tener experiencias de gran valía, para beneficio propio; en tanto, su amor es realmente infinito, cuando uno lo puede advertir y apreciar bajo su modo y forma.
Puedo señalar que, en este proceso de ausencia remarcada de estas páginas murales, he tenido grandes vivencias personales, en las que ha estado presente la lucha interior, inevitable, para la estirpe humana y muchas otras experiencias de la vida, que han influido en esta segunda presentación, y que seguramente, puedan ser de utilidad a los que la tomen y degusten.
Es mi anhelo en esta nueva disposición, expresar, bajo el influjo de la inspiración y la fuerza interior otorgada, en tanto, propongo esgrimir y verter párrafos de mi esencia, organizados, en el objetivo de ser fiel al escenario interior que me embarga y ser leal en la exposición que me absorbe, en tanto, requiero que mis impulsos sean sagaces a fin de presentar la mejor pintura de lo que acontece a mi alma; requiero sea subyugada mi fruición y me haga arribar a escenarios boyantes a la estirpe, haciendo destilar lo que es de buen renombre.
En estas líneas, y bajo el dominio de la letra, cual ágil pincel, me propongo, dar vida a un óleo surrealista, y que pueda trasladar al lector al vórtice de la trascendencia, en tanto, considero, que su análisis y su presteza, se engalana, en tanto cual sagaz tribuno, depurará su utilidad, en la medida que mantenga su atención y pueda hacer degustar, su alicaído esmero en la lectura; en tanto el tiempo actual ha sepultado y amenaza con destruir toda voluntad de tan delicado afán humano.
Es mi sosiego, el alcanzar, estas líneas, en mi anhelo de que sea útil para alguno en la vida; el hacer vislumbrar de manera mi posición de niño, adolescente, joven, papá, sobrino, estudiante, hermano, tío, ciudadano, esposo, alumno, profesor, seguidor, discípulo, amigo, compañero, cristiano, lector, oidor, predicador, diácono, obrero y demás privilegios que seguirán en mi destino.
Sin duda, el hecho de haber perdido a un ser querido, mi progenitor, y al no poder sortear y controlar los designios del Dueño del destino, en tanto, en nuestros días y años, se tiene preseas y muchas pérdidas; empero bajo el influjo de su armonía y su sustento, puedo señalar que la vida la puedo analizar, palpar y esperar, de una manera diferenciada, en relación al hombre natural.
He releído las notas de este muro, que realizará sobre las vivencias que he tenido, en las distintas fases de mi existencia, y no puedo negar que nuevamente me han emergido las ganas de seguir expresando lo que llevo dentro y que seguro seguirá fluyendo, conforme mi disponga a ejecutar este anhelo, esperando que sea de provecho para alguien que lo estime, en especial a todos aquellos que pueda influir de manera positiva, en tanto, considero que la vida es como un libro, a la cual hay que incorporar versos y letras para que tengan razón y valía.
UNO
La responsabilidad que circunda a la vida, debe ser asumida de manera diligente por cada ser humano, pues considero que se hace necesario el poder ejecutar una actividad que permita dar atención a las necesidades de los que se encuentran bajo nuestro amparo; en nuestra fase vivencial y la posición que vamos atravesando en la existencia terrena, la responsabilidad, como virtud, como imposición social y que tiene su origen en el derecho natural, se hace necesario otorgarle la debida atención, a fin de que nuestros días, tengan notas agradables y la rima melodiosa de un verso sonoro, que determine melodía deleitosa, sobre las páginas del destino humano, a fin de que le atavíe la armonía y la bienaventuranza del Autor del ser, de tal manera, que al mirar en remembranza, tengamos regocijo, al catar la madurez y el inexorable vahído de la vejez.
...
domingo, 7 de agosto de 2011
Hasta Pronto, Padre.
Hasta Pronto, Padre.
Agradezco y expreso mi más sincera fidelidad, en primer orden, a nuestro Divino Creador, quien ha permitido que todos confluyéramos a esta ceremonia.
A todos y cada uno de ustedes, les agradezco, por las muestras de solidaridad y por otorgarnos su compañía, en estos momentos de dolor, que nos embarga, por la pérdida irreparable de mi amado padre, Julio Elías Pérez Díaz, a quien me permito expresarle mi infinita gratitud en calidad de hijo, por ser una persona especial. He podido advertir que muchos de sus vecinos, amigos y conocidos le guardan mucho aprecio y de seguro van a extrañar su presencia en esta hermosa tierra, pues agradecemos además por sus expresiones de condolencia, sus momentos de compañía en su velatorio, su presencia en la misa organizada en su nombre y ahora en esta masiva despedida.
Papá, estoy convencido que estás vestido de blanco en la Gloria de Nuestro Señor; afortunado, seas mi querido "Pulías", por tener tal privilegio, porque estando en la enfermedad, has pedido perdón por tus pecados, y el Señor ha mostrado su misericordia para contigo, permitiéndote estar en plenitud en el tercer cielo.
La forma y manera como empezaste tu partida, ha sido un plan perfectamente organizado por el más grande planificador, Nuestro Dios; y, ello ha servido además para unirnos como familia y apoyarnos como tales. Ante el acontecimiento de tu enfermedad y al advertir tu dolencia, ha determinado que vuelva mi espíritu a Dios y ore y ruegue por tu sanidad, de la manera como nunca antes lo hice, logrando mantener un vínculo tan pero tan cercado con Él, siendo su disposición y voluntad que partieras ya, y sobre eso ninguno de tus nobles criaturas podremos renegar y reprochar.
Quiero expresar la gratitud más infinita a mi Papá Julio Pérez Díaz, por haberme brindado parte de su ser, por haberme legado a través de su sangre y de manera muy fugaz y corta con su enseñanza, ciertas virtudes como el orden, la disciplina, la perseverancia y por sobre todo, crear en mi ser la necesidad de ser justo, ser compasivo, solidario y ser bondadoso; fortalezas y atributos que mi padre ha desplegado en el decurso de sus días.
Recuerdo padre, las muestra de tu ternura, volcada a raudales para con nosotros en nuestra niñez, y tu cariño excesivo cuando éramos mayores, pude advertir que siempre has mantenido muestras de afecto para con nosotros, en especial a mis hermanos menores, los que han tenido gran fortuna de compartir toda su vida a tu lado, hasta el día 03 de agosto en que Nuestro Señor te ha llamado.
Recuerdo claramente y se mantiene fijado en mi mente, cuando nos trasladabas a mi hermano "Pepe" y a mí, por estas apacibles calles, al peluquero, sí éramos tus amados feroces, cogidos de nuestros pequeños cuellos con esas manos que seguramente rociaste y frotaste infinidad de veces por nuestros pequeños rostros y humanidades, y como siempre de seguro replicaste para con mis hermanos menores, a quienes aprecio y adoro en la misma proporción que tú, lo has hecho.
Te quiero pedir disculpas por si alguna vez notaste ingratitud de mi parte. Siempre te tendré en mi mente y en lo más recóndito de mi corazón. Siempre te amé, padre, siempre lo haré.
Te vengo a asegurar que iré en tu búsqueda, y allí compartiremos todo el tiempo, que éste esquivo destino nos quitó. Papá, pero ese ha sido el plan de mi Señor, para llevarte a su lado, y prefijarnos que se hace necesario, que para actuar, para pensar, para sentir se debe hacer en armonía con su mandamientos, que debo de proceder a agradecer por cada día de vida, por el regalo de tener una familia, que resulta ser la más maravillosa del mundo, por crearme la necesidad de formar una familia con el mismo número de integrantes, que lo éramos inicialmente, hasta antes de separarme de tu lado, en mi niñez.
Padre, quiero confesarte públicamente, que ahora más que nunca tengo paz en mi ser, que es tan sencillo vivir en plenitud y en armonía con nuestro Divino Creador, la forma cómo han acontecido las cosas, el inicio de tu partida ha sido desencadenante para formar un lazo indestructible con mi Señor, por tengo la certeza que te encuentras a su lado, mostrándonos la grandeza de su perdón, y la infinitud de su misericordia. Tú has sido escogido por Él, para formar parte de su ejército de ángeles; y, te digo que siempre mantendré una constante oración y rogaré porque todos y cada uno de nuestra enorme y amada familia, se enrumbe para ir en tu búsqueda.
Hasta Pronto, querido Papá.
Agradezco y expreso mi más sincera fidelidad, en primer orden, a nuestro Divino Creador, quien ha permitido que todos confluyéramos a esta ceremonia.
A todos y cada uno de ustedes, les agradezco, por las muestras de solidaridad y por otorgarnos su compañía, en estos momentos de dolor, que nos embarga, por la pérdida irreparable de mi amado padre, Julio Elías Pérez Díaz, a quien me permito expresarle mi infinita gratitud en calidad de hijo, por ser una persona especial. He podido advertir que muchos de sus vecinos, amigos y conocidos le guardan mucho aprecio y de seguro van a extrañar su presencia en esta hermosa tierra, pues agradecemos además por sus expresiones de condolencia, sus momentos de compañía en su velatorio, su presencia en la misa organizada en su nombre y ahora en esta masiva despedida.
Papá, estoy convencido que estás vestido de blanco en la Gloria de Nuestro Señor; afortunado, seas mi querido "Pulías", por tener tal privilegio, porque estando en la enfermedad, has pedido perdón por tus pecados, y el Señor ha mostrado su misericordia para contigo, permitiéndote estar en plenitud en el tercer cielo.
La forma y manera como empezaste tu partida, ha sido un plan perfectamente organizado por el más grande planificador, Nuestro Dios; y, ello ha servido además para unirnos como familia y apoyarnos como tales. Ante el acontecimiento de tu enfermedad y al advertir tu dolencia, ha determinado que vuelva mi espíritu a Dios y ore y ruegue por tu sanidad, de la manera como nunca antes lo hice, logrando mantener un vínculo tan pero tan cercado con Él, siendo su disposición y voluntad que partieras ya, y sobre eso ninguno de tus nobles criaturas podremos renegar y reprochar.
Quiero expresar la gratitud más infinita a mi Papá Julio Pérez Díaz, por haberme brindado parte de su ser, por haberme legado a través de su sangre y de manera muy fugaz y corta con su enseñanza, ciertas virtudes como el orden, la disciplina, la perseverancia y por sobre todo, crear en mi ser la necesidad de ser justo, ser compasivo, solidario y ser bondadoso; fortalezas y atributos que mi padre ha desplegado en el decurso de sus días.
Recuerdo padre, las muestra de tu ternura, volcada a raudales para con nosotros en nuestra niñez, y tu cariño excesivo cuando éramos mayores, pude advertir que siempre has mantenido muestras de afecto para con nosotros, en especial a mis hermanos menores, los que han tenido gran fortuna de compartir toda su vida a tu lado, hasta el día 03 de agosto en que Nuestro Señor te ha llamado.
Recuerdo claramente y se mantiene fijado en mi mente, cuando nos trasladabas a mi hermano "Pepe" y a mí, por estas apacibles calles, al peluquero, sí éramos tus amados feroces, cogidos de nuestros pequeños cuellos con esas manos que seguramente rociaste y frotaste infinidad de veces por nuestros pequeños rostros y humanidades, y como siempre de seguro replicaste para con mis hermanos menores, a quienes aprecio y adoro en la misma proporción que tú, lo has hecho.
Te quiero pedir disculpas por si alguna vez notaste ingratitud de mi parte. Siempre te tendré en mi mente y en lo más recóndito de mi corazón. Siempre te amé, padre, siempre lo haré.
Te vengo a asegurar que iré en tu búsqueda, y allí compartiremos todo el tiempo, que éste esquivo destino nos quitó. Papá, pero ese ha sido el plan de mi Señor, para llevarte a su lado, y prefijarnos que se hace necesario, que para actuar, para pensar, para sentir se debe hacer en armonía con su mandamientos, que debo de proceder a agradecer por cada día de vida, por el regalo de tener una familia, que resulta ser la más maravillosa del mundo, por crearme la necesidad de formar una familia con el mismo número de integrantes, que lo éramos inicialmente, hasta antes de separarme de tu lado, en mi niñez.
Padre, quiero confesarte públicamente, que ahora más que nunca tengo paz en mi ser, que es tan sencillo vivir en plenitud y en armonía con nuestro Divino Creador, la forma cómo han acontecido las cosas, el inicio de tu partida ha sido desencadenante para formar un lazo indestructible con mi Señor, por tengo la certeza que te encuentras a su lado, mostrándonos la grandeza de su perdón, y la infinitud de su misericordia. Tú has sido escogido por Él, para formar parte de su ejército de ángeles; y, te digo que siempre mantendré una constante oración y rogaré porque todos y cada uno de nuestra enorme y amada familia, se enrumbe para ir en tu búsqueda.
Hasta Pronto, querido Papá.
sábado, 1 de enero de 2011
La Pasión por la Literatura
En mi afán de brindar algo preciado para mis amigos y alimentar este humilde blogg, he encontrado un artículo interesante, respecto del apasionante y extasiante, hábito de leer y escribir literatura, en un diario extranjero español, en la web, Diario "El País", el mismo que con la permisión e indulgencia de de su creador, pongo a vuestro alcance, no debiedo omitir mostrar mi gratitud, a la acertada recomendación dada de este importante fuente de lectura, a un gran y admirado amigo.
POR QUÉ ESCRIBO - Cincuenta escritores desvelan los secretos de su creación
JESÚS RUIZ MANTILLA 02/01/2011
Algunos llegaron a la literatura por vocación, por el placer de la lectura y para emular a los autores que admiraban. ahora crean por necesidad vital o simplemente lo hacen por dinero. cincuenta autores de renombre nos desvelan los secretos de su obra, los motivos por los que dedican sus vidas a la escritura.
En el principio fue el verbo... Así lo recoge San Juan en su Evangelio. La palabra que conforma el mundo, el nombre que lo explica todo. Puede que no fuera tal, puede que antes del verbo existieran cielos, mares, noche, día, estrellas, firmamento. Pero si nadie sabía cómo nombrarlos, no eran nada, absolutamente nada. Así que al principio fue el verbo, como bien dejó escrito Juan. Y a ese verbo bíblico le siguió la épica de Homero, la duda de los filósofos, la intemperie y el poder de los dioses, el amor y la guerra que nos relata la Iliada y después el delirio del Quijote y luego la soledad de Macondo.
“Nunca me lo he preguntado y no creo que tenga interés”(Eduardo Mendoza)
“Si supiese por qué escribo, tal vez no escribiría”(Jorge Semprún)
“Es el centro de lo que hago. no concibo la vida sin la escritura”(Mario Vargas Llosa)
“Es fantástico dedicarse a algo que uno sabe hacer bien”(Ken Follet)
Puede que después de episodios narrados como aquellos no hiciera falta nada más. Pero a los clásicos, que montaron todos los cimientos del templo, siguieron más generaciones -"el eslabón en la cadena ininterrumpida de la tradición", de la que alerta Vila-Matas-, algunas nuevas preguntas para cada era, nuevos problemas y por tanto conceptos nuevos, palabras nuevas. Detrás de su registro se escondía un escritor. ¿Por qué?
¿Por qué escribir? ¿Para qué nombrar? ¿Para qué contar? Para entender. Para amar y que te amen. Para saber, para conocer. Por miedo, por necesidad, por dinero. Para sobrevivir, porque no todo el mundo sabe bailar el tango, ni jugar bien al fútbol. Por costumbre, para matar la costumbre, por vivir otras vidas y revivir las propias. Por dar testimonio, porque no se sabe bien escribir, confiesa John Banville. Porque leyeron, padecieron y miraron cara a cara a la muerte.
Porque el verbo provoca desasosiego en Nélida Piñón, porque no se elige, como un amor, añade Amélie Nothomb. Por ser el masoquista que uno lleva dentro, aduce Wole Soyinka, por los arroyos y los torrentes de los libros leídos, cuenta Fernando Iwasaki, como forma de existencia, según Elvira Lindo. "Una manera de vivir", que dice Vargas Llosa parafraseando a Flaubert. Para sentirse vivo y muerto, proclama Fernando Royuela, igual que uno respira, suelta entre interrogaciones Carlos Fuentes. O para sobrevivir a ese fin, "a la necesaria muerte que me nombra cada día", testimonia Jorge Semprún.
La escritura es dolor y placer. Como el cuento, como la retórica aristotélica, se arma, se aprende. Principio y fin. Antes que nada vino el verbo, lo deja claro San Juan. También lo sabía Kafka. Pero el escritor checo pregunta: ¿Y al final? Quizás silencio, como interpreta de su obra George Steiner, con buen tino, oliéndose el apocalipsis de la destrucción europea.
Como testimonio también se mete uno entre papeles. Por el mismo motivo que Ana Frank comenzó a organizar su diario. O que la poeta rusa Anna Ajmatova, cuando se pasó 17 meses en las filas de las cárceles de Leningrado para ver a su hijo, respondió a una mujer que la reconoció y le preguntó si podría describir aquello que sí, que lo haría. "Entonces", dice Anna en Réquiem, "una especie de sonrisa se deslizó por lo que alguna vez había sido su rostro". Eso fue suficiente motivo. La emoción de la verdad, la justicia de dejar constancia. Para que otros quizás lo apliquen a su presente, para que no se vuelva a repetir.
Pero Anna Ajmatova confesó además que escribía por sentir un vínculo con el tiempo. También lo hizo por amor, por miedo al amor, por desgarro. En honor a las musas, como Shakespeare, "ese goloso de las palabras", a juicio de Steiner, en sus Sonetos: "Mi musa por educación se muerde / la lengua y calla mientras se compilan / elogios que te visten de oropeles/ y frases que las otras musas liman". Una pieza que acaba con toda una declaración de intenciones y una respuesta al gran asunto de la escritura: "Si a otros por sus dichos los respetas, / a mí, por lo que pienso, que es mi letra".
Al principio fue el verbo. Pero Shakespeare o Cervantes lo enaltecieron, lo igualaron a la medida de Dios. Porque exploraron todos los delirios y las pasiones de sus criaturas. ¿Por qué escribir? Para emularlos, sin más, podría ser. "Para parecerme a Espronceda", como suelta Caballero Bonald. Escribir porque se medita, como Descartes, como Chesterton, cuya obra nos envuelve en una paradoja sin fin. Para adentrarse en los laberintos y no necesariamente querer salir de ellos, como Borges. "Porque estamos aquí, pero querríamos estar allí", dice Antonio Tabucchi. Por emular la infancia, cuando la niña Almudena Grandes enmendaba la plana a los finales que no le gustaban, por volver a inventar historias de indios, vaqueros y pitufos, dice David Safier, porque a la hora de hacerlo, "disfrutar es una palabra que se queda corta", confiesa Ken Follet.
Para fijar la memoria, una forma de "hacer surgir los recuerdos y las imágenes", cuenta Álvaro Pombo. Para volver a vidas anteriores, a las lecturas y los tumbos que cada uno lleva en la mochila, según Arturo Pérez-Reverte. Como vicio solitario, describe Héctor Abad Faciolince, porque uno no se encuentra bien, asegura Juan José Millás. Por afición o por aflicción, que dice Gonzalo Hidalgo Bayal. O porque le gustaban las redacciones en el colegio, como descubrió Antonio Muñoz Molina. Y hasta hoy.
La palabra es agua y cada historia, el río que las lleva. El escritor es quien domina la corriente, como hicieron Dostoievski, Balzac, Galdós, Clarín, Dickens, Flaubert, Tolstoi, que siguió la estela épica de Homero como nadie. O contracorriente, como luego vinieron a hacerlo Marcel Proust, James Joyce, Valle-Inclán. Sin duda, hay que enfrentarse a ello, como dice Josep Pla en su Diccionario de Literatura, "con temperamento". O con el empeño de conocerse, a la manera de Montaigne y los grandes memorialistas posteriores del siglo XVIII, entre la verdad y la exageración pero con talento, como Casanova.
El juego, la tortura de la palabra también es lícita. Pero eso es más cometido de los poetas, como admitía Jaime Gil de Biedma. Para él, escribir era "erosionar el idioma en la forma que el idioma lo admite". Es decir, maltratar el verbo, fustigarlo, estrangularlo. Pero para resucitarlo después, como el Evangelio. A lo largo de la historia, el escritor ha visto crecer Babel y ha contribuido a entenderlo. Pero hubo también un tiempo, en el siglo XX, que lo aniquiló, que se arrojó al apocalipsis con la II Guerra Mundial. Disfrutemos en esta nueva era. Todos los motivos, todas las respuestas que se les ocurran a quienes deben contar nuestra historia son válidas.
Héctor Abad Faciolince
Porque mi cerebro se comunica mejor con mis manos que con la lengua. Porque el papel es un filtro, una coraza, entre mis palabras y los ojos del otro. Porque me odio menos escribiendo que hablando. Porque mientras escribo puedo corregir, escoger una por una las palabras y nadie me interrumpe ni se desespera mientras las encuentro. Por un ameno vicio solitario.
John Banville
Escribo porque no sé escribir. Un periodista le preguntó una vez a Gore Vidal por qué escribió Myra Breckinridge, a lo que contestó: 'Porque no estaba ahí'. Fue una buena respuesta. Poner algo nuevo en el mundo es un privilegio que no se le concede a mucha gente. Y además, la realidad no es real para mí hasta que no se haya pasado por el tamiz de las palabras. Por eso, supongo que escribo con el fin de imaginarme la realidad totalmente real. El arte crea la vida, dice Henry James, y así es.
Felipe Benítez Reyes
Si a alguien le preguntan por qué escribe, lo normal es que recurra a una frase más o menos ingeniosa, y casi todas las frases ingeniosas contienen un grado oscilante de falsedad, porque el ingenio suele implicar una ligera alteración del sentido en beneficio de la formulación misma. No sé por qué escribo, ni tampoco tengo demasiado interés en saberlo. En este caso, me preocupa más el cómo que el porqué. La pregunta me parece ociosa, de modo que cualquier respuesta posible no pasaría de ser una pirueta truculenta en el vacío. Aunque -quién sabe- a lo mejor escribe uno para eso: para obtener respuestas sin el requisito de una pregunta previa y, sobre todo, para ensayar piruetas truculentas en el vacío, que es un territorio literario bastante fértil.
John Boyne
Como la mayoría de los escritores, no escribo porque lo haya elegido; escribo porque tengo que hacerlo. Escribo porque estoy tratando de entenderme a mí mismo, mi vida, la razón por la que nací, la explicación de por qué moriré, y descubro que solo puedo hacerlo entrando en un universo habitado por personajes que nacen de mi imaginación. Escribo porque las historias entran en mi mente y me niego a irme hasta que no escribo 26 letras en el teclado y las envío a una pantalla ante mis ojos. Escribo por Charles Dickens. Y por George Orwell. Y John Irving. Y Colm Toibin. Escribo porque me encanta la sensación de tener un libro en mis manos y un libro en mi cabeza. Escribo porque me encantan las palabras. Escribo porque leo. Escribo porque siempre quiero saber qué ocurrirá a continuación.
José Manuel Caballero Bonald
Empecé a escribir porque quería parecerme a Espronceda. Ya lo he contado por ahí alguna vez. Un día encontré en mi casa familiar una biografía del poeta y quedé fascinado por alguien que murió con 33 años y había vivido las grandes aventuras: fundó una sociedad secreta, sufrió persecuciones y cárceles, anduvo exiliado en Lisboa y Londres, combatió en las barricadas de París, fue guardia de corps y diputado, vivió amores difíciles, luchó heroicamente contra el absolutismo, etcétera. Pues bien, como yo no podía emular a Espronceda en tantas y tan singulares hazañas, elegí lo que me resultaba más factible: ejercer de insumiso y escribir poesía. Luego, con los años, la afición por la lectura me fue activando una discontinua dedicación a la escritura. Y así hasta hoy.
Andrea Camilleri
Escribo porque siempre es mejor que descargar cajas en el mercado central.
Escribo porque no sé hacer otra cosa.
Escribo porque después puedo dedicar los libros a mis nietos.
Escribo porque así me acuerdo de todas las personas a las que tanto he querido.
Escribo porque me gusta contarme historias.
Escribo porque me gusta contar historias.
Escribo porque al final puedo tomarme mi cerveza.
Escribo para devolver algo de todo lo que he leído.
(Traducción de Carlos Gumpert)
Luisa Castro
La escritura para mí es una rendición. No soy una escritora con método; se me caen muchas cosas de las manos. Solo progresa la escritura que previamente se ha ido gestando dentro de mí, a veces contra mí. Escribo para conocer esos relatos, para descubrirlos. Me los cuento a mí misma. Me asombro, me indigno, me río, lloro y pataleo. No me siento dueña de mis relatos, tienen vida propia, son autónomos y más poderosos que yo. No me identifico con ellos, no comparto sus ideas, ni su visión del mundo. Se producen en mi cabeza sin mi permiso, y cuando los suelto es porque me han vencido. No hay otra razón.
Lucía Etxebarria
1. Para que me quieran más como Bryce Echenique. 2. Porque cada vez que alguien me dice " tus libros me han ayudado mucho, por favor sigue escribiendo", me da una razón para hacerlo.
3. Para entenderme a mí misma. 4. Porque disfruto mucho haciéndolo. 5. Porque al colocar a personajes en situaciones que simbólicamente pueden representar aspectos de mi vida, y conseguir que salgan airosos de ellas, de alguna forma me salvo a mí. 6. Para darles voz a personas cuyas historias nadie escuchaba 7. Porque es como enviar un mensaje en una botella: creo que quizá le llegue a alguien a quien no conozco, pero que lo entenderá. 8. Porque siempre lo he hecho, porque es natural en mí, y porque es de las cosas que mejor hago, amén de dibujar, cocinar, hacer el amor y organizar fiestas. 9. Porque es una forma rentable y efectiva de exorcizar neurosis. 10. En parte, porque me pagan. Escribo por amor, publico por dinero. Por esa razón, no publico ni la mitad de lo que escribo.
Umberto Eco
Porque me gusta.
Ken Follet
Cuando me levanto por la mañana en lo primero que pienso es en escribir la próxima escena de mi libro. Es con lo que más disfruto. Es fantástico dedicarse a algo que uno sabe hacer bien. Disfruto escribiendo pero "disfrutar" es una palabra que se queda corta. El acto de escribir me apasiona. Envuelve todo mi intelecto, mis emociones y comprende lo que sé del mundo y de cómo funciona el ser humano. Todo forma parte del reto de hechizar a mis lectores. Mi trabajo me absorbe de forma total.
Carlos Fuentes
¿Por qué respiro?
Almudena Grandes
Cuando era pequeña y leía un libro que me gustaba mucho, me inventaba a solas, para mí sola, otro final, la continuación que su autor no había querido escribir. Todavía ahora, cuando no puedo dormir, me cuento historias, las pienso, las repaso, las describo en silencio, con los ojos cerrados, hasta que me quedo dormida.
No estoy muy segura -dudo que alguien pueda estarlo-, pero creo que escribo porque siento una necesidad insuperable de escribir. Para mí, la escritura es un impulso que no se define por sus resultados, sino por su naturaleza necesaria, algo parecido al hambre o la sed, que pueden proporcionar mucho placer, si se sacian, o mucho sufrimiento, si persisten, pero nunca dejan de ser dos necesidades, el hambre y la sed.
Mark Haddon
Ficción, poesía, teatro, pintura, dibujo, fotografía... en realidad eso no importa .
Un día que no consigo hacer alguna cosa, por pequeña que sea, me parece un día desperdiciado.
Una semana sin crear algún tipo de arte me resulta sumamente dolorosa.
A veces puede parecer una bendición ser así, saber con tanta certeza lo que quiero hacer.
Pero a menudo es un sufrimiento porque saber lo que quieres no es lo mismo que saber cómo hacerlo.
Podría haberme dedicado a cualquier otra cosa salvo que no me siento en condiciones para ello.
Odio que me digan lo que tengo que hacer y cuándo tengo que hacerlo y, aunque disfruto en compañía, necesito pasar varias horas al día solo, únicamente pensando.
Por eso nunca he conseguido conservar un "auténtico" trabajo durante más de seis semanas.
¿Por qué escribo? La única respuesta es porque no puedo hacer otra cosa.
Gonzalo Hidalgo Bayal
"Por afición, por aflicción", escribí alguna vez. Por afición, porque es inclinación, necesidad, perseverancia y distracción. Por aflicción, porque solo el dolor y sus numerosas circunstancias proporcionan suficiente materia literaria in hac lachrymarum valle. En la afición se centra la relación con el lenguaje, que es, cuanto más intensa, más grata y divertida. La aflicción obliga, en cambio, a la búsqueda del sentido, si es que algún sentido tienen las desventuras de los hombres. Y, en fin, como antídoto contra el sinsentido y las sinrazones de la trama, tal vez también para no caer en las vanidades de la trascendencia, el virtuoso ejercicio de un séptimo sentido: el sentimiento del humor.
Fernando Iwasaki
Escribo porque leo y gracias a la lectura nacen arroyos y afluentes del torrente de libros leídos. Escribo porque creo en la austera inmortalidad de la palabra escrita y en las bibliotecas como paraísos laicos. Escribo porque es el más poderoso acto libertario que conozco. Escribo porque el hechizo de la literatura es fulminante y a mí me hace ilusión ser aprendiz de aquellas magias. Escribo porque mis padres y mis hijos se alegran cada vez que alguien les cuenta que ha leído algo mío. Escribo porque contar historias es el oficio más antiguo del mundo. Escribo porque dedico todos los libros de ficción a mi mujer y así -mientras siga escribiendo- ella sabrá que la sigo queriendo.
Use Lahoz
Es una pregunta trampa en cuya respuesta se funden el placer y la necesidad. Supongo que escribo porque adoro las sorpresas y vivir con intensidad. Nada hay más inalcanzable que lo vivido, y la escritura incluye a veces la quimera de atrapar el pasado junto a la posibilidad de soñar despierto. Trae implícita la aventura de revivir, de combatir el paso del tiempo. Escribir ayuda a comprender y a ordenar el desorden. Escribir equilibra. Escribo para encontrar sentido al sinsentido, y porque me permite sentir el placer de contar la realidad y lo que imagino. Y también porque en el acto de escribir interviene la memoria, la experiencia y la imaginación, bienes a proteger. Escribo para reflexionar y pensar y darle vueltas a la vida de personajes siempre más interesantes que la mía. Y disfrutar del placer de la ficción, que es adictivo y que, como la realidad, no tiene límites. Escribo por supuesto para combatir el aburrimiento y pasarlo en grande. Para un escritor vivir, fundamentalmente, es escribir. Escribo para estar en paz conmigo mismo, por aquello que decía Machado de "yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas". Escribo porque conmueve y perdura, cada novela es la primera. Además es bastante barato. En fin: escribo porque aprendo, y así, a veces, parece que siga estudiando.
Donna Leon
Al principio, con los primeros libros, escribía para ver si podía hacerlo. Nunca había escrito un libro antes. Se me ocurrió la idea de escribir uno y por eso lo intenté. Después de todo, había leído muchos libros, por eso me parecía que el siguiente paso era escribir uno. Al final, resultó ser bastante más que un paso, pero a lo largo del proceso, resultó que escribir un libro era muy divertido.
Y por eso ahora, después de 20 años haciéndolo y de 20 libros, lo hago porque es divertido. Los personajes hacen lo que les digo que hagan; la realidad se puede cambiar para adaptarla a mis necesidades; si alguien muere, lo puedo resucitar al día siguiente; si hay un problema social que me indigna, puedo hacer que un personaje exprese una opinión. No es necesariamente mi opinión pero normalmente es una opinión firme.
Supongo que también hay un elemento de vanidad en ello. En una cena, todos queremos que presten atención a nuestras ideas, ¿no es cierto? Pero los buenos modales mandan que compartamos la conversación con los demás. Pero en un libro, nuestro libro, nosotros los escritores podemos seguir -bla, bla, bla- sin parar, y nunca tenemos que interrumpirnos para dejar hablar a nadie más.
Elvira Lindo
"Escribo desde los nueve años. Desde muy joven empezaron a pagarme en la radio por guiones, cuentos y sketches. A los 31 años comencé a escribir libros. Pensé que escribir era mi oficio hasta que me di cuenta de que se trataba de algo más. Es un oficio pero también una forma de vida. No sabría vivir sin escribir. Todo lo que hago al cabo del día, lo que veo y escucho, lo que me provoca asombro, alegría o desdicha es material para ser contado. Y esa actitud vital, la de formar parte de la comedia humana pero la de ser también espectadora de ella, ese estar fuera y dentro a la vez, me ayuda a asimilar la experiencia de una manera enriquecedora. Escribo todos los días. Cuando no escribo me siento una inútil, así que he llegado a una conclusión radical: nunca podré dejarlo. No sé hacer otra cosa, no sabría vivir de otra manera".
Alberto Manguel
Porque no sé bailar el tango, tocar un instrumento musical como la celesta o el glockenspiel, resolver problemas de matemáticas superiores, correr una maratón en Nueva York, trazar las órbitas de los planetas, escalar montañas, jugar al fútbol, jugar al rugby, excavar ruinas arqueológicas en Guatemala, descifrar códigos secretos, rezar como un moje tibetano, cruzar el Atlántico en solitario, hacer carpintería, construir una cabaña en Algonquin Park, conducir un avión a reacción, hacer surf, jugar a complejos videojuegos, resolver crucigramas, jugar al ajedrez, hacer costura, traducir del árabe y del griego, realizar la ceremonia del té, descuartizar un cerdo, ser corredor de Bolsa en Hong Kong, plantar orquídeas, cosechar cebada, hacer la danza del vientre, patinar, conversar en el lenguaje de los sordomudos, recitar el Corán de memoria, actuar en un teatro, volar en dirigible, ser cinematógrafo y hacer una película, en blanco y negro, absolutamente realista de Alicia en el País de las Maravillas, hacerme pasar por un banquero respetable y estafar a miles de personas, deleitarme con un plato de tripas à la mode de Caën, hacer vino, ser médico y viajar a un lugar devastado por la guerra y tratar con gente que ha perdido un brazo, una pierna, una casa, un hijo, organizar una misión diplomática para resolver el problema del Medio Oriente, salvar náufragos, dedicar treinta años al estudio de la paleografía sánscrita, restaurar cuadros venecianos, ser orfebre, dar saltos mortales con o sin red, silbar, decir por qué escribo.
Javier Marías
Como ya he dicho en muchas ocasiones, escribo para no tener jefe ni verme obligado a madrugar.
También porque no hay muchas más cosas que sepa hacer, y lo prefiero y me divierte más que traducir o dar clases, que al parecer sí sé hacer. O sabía, son actividades del pasado.
También escribo para no deberle casi nada a casi nadie ni tener que saludar a quienes no deseo saludar.
Porque creo que pienso mejor mientras estoy ante la máquina que en cualquier otro lugar y circunstancia.
Escribo novelas porque la ficción tiene la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que no se da, como dice un personaje de la novela que acabo de terminar. Y porque lo imaginario ayuda mucho a comprender lo que sí nos ocurre, eso que suele llamarse "lo real".
Lo que no hago es escribir por necesidad. Podría pasarme años tan tranquilo, sin escribir una línea. Pero en algo hay que ocupar el tiempo, y algún dinero hay que ganar. También escribo para eso.
Luisgé Martín
Cuando escucho a algún escritor explicar las razones por las que escribe pienso que yo también comparto esas razones. Todas. Me siento como un compendio, como uno de esos hipocondríacos que encuentran en sí mismos todos los síntomas de los que oyen hablar. Escribo como terapia psíquica, para ordenar el mundo y comprenderlo, para explicar el mundo a los demás tal como yo lo veo, para cambiar el mundo, para vivir vidas que no he podido vivir, para enmendar la vida que sí he vivido, para curar mis culpas, para pasar a la posteridad, para sobrevivir a la muerte, para sentir, al menos durante un instante, que soy Dios. Pero hace poco, leyendo el discurso de Pamuk en la Academia Sueca cuando recibió el Nobel, encontré una razón que nunca había escuchado así formulada y que me parece formidable: "Escribo porque puede que así comprenda la razón por la que estoy tan, tan enfadado con ustedes, con todo el mundo".
Luis Mateo Díez
Escribo para disimular la incapacidad de hacer cualquier otra cosa. Escribir no solo me entretiene, también me apasiona y me hace sentir dueño de algo que se contrapone en mi existencia a una cierta inclinación de inutilidad. También escribo, igual que leo, para conocer gente, quiero decir que me siento haciéndolo inmerso en aquel callejón lleno de gente desconocida al que se refería Nemiroski. Siempre hay alguien esperándome, y solo en el relato de la vida encuentro lo más complejo del sentido de la misma. Además, los días en que me quedo satisfecho con lo que acabo de escribir, tengo la convicción de no haber perdido el tiempo.
Eduardo Mendicutti
También a mí, como a Vargas Llosa, me dicen montones de veces que lo único que sé hacer es escribir. A lo mejor por eso acaban dándome el Nobel. Para todo lo demás, estoy convencido, soy un desastre: para poner ladrillos, para cultivar tomates, para imponer el orden, para correr a pie o en bicicleta aunque sea dopado, para condenar a delincuentes -con lo que a mí me gustan algunos delincuentes- sin que se me parta el corazón, o para defenderlos sin contagiarme... Cierto que, desde hace 30 años, soy bastante bueno como secretario general de una patronal de empresas consultoras, pero con algo tengo que redimirme. Así que escribo. Para inventarme inventando historias, para disfrutar del lenguaje, para compensar la timidez, para sacar los pies del plato, para que me lean. Claro que, según algún crítico y algunos colegas, puede que también para escribir sea una calamidad, pero de eso aún no he llegado a convencerme.
Eduardo Mendoza
Sinceramente, no lo sé. Nunca me lo he preguntado, ni al principio, que fue espontáneo, ni a lo largo de todos estos años. Hacerlo a estas alturas no creo que tenga interés, ni para mí ni para nadie. No es una respuesta bonita, pero es la que más se aproxima a la verdad.
Ricardo Menéndez Salmón
Escribo por insatisfacción. Si estuviera satisfecho, me limitaría a "vivir la vida", no a intentar comprenderla mediante la escritura. Claro que al intentar comprenderla, es decir, al escribirla, me doy cuenta de que en realidad la vida resulta incomprensible. Lo cual genera una nueva insatisfacción, la de comprobar que el intento por comprender la vida mediante la literatura lo único que ilumina es la imposibilidad de alcanzar esa comprensión. Pero entonces sucede algo curioso, y es que el hecho de descubrir esa imposibilidad me conmueve, admira e impulsa a escribir más y más. Así, lo que nace como un gesto decepcionado, insatisfecho, acaba convirtiéndose en un acto agradecido, admirativo. De modo que una dolencia (escribo porque soy infeliz; escribo porque soy inconsolable; escribo porque no entiendo lo que me rodea) se acaba convirtiendo en una necesidad (escribo porque no me resigno a ser infeliz, inconsolable e ignorante).
Juan José Millás
Escribo por las mismas razones que leo, porque no me encuentro bien.
Rosa Montero
Escribo porque no puedo detener el constante torbellino de imágenes que me cruza la cabeza, y algunas de esas imágenes me emocionan tanto que siento la imperiosa necesidad de compartirlas. Escribo para tener algo en qué pensar cuando, en la soledad tenebrosa del duermevela, por la noche, en la cama, antes de dormir, me asaltan los miedos y las angustias. Escribo porque mientras lo hago estoy tan llena de vida que mi muerte no existe: mientras escribo soy intocable y eterna. Y, sobre todo, escribo para intentar otorgar al Mal y al dolor un sentido que en realidad sé que no tienen.
Luis Muñoz
Se me amontonan las razones. Son muchas más de lo que luego rinden. Creo que puedo distinguir razones de tipo general y razones particulares.
Entre las particulares:
-Por darle forma a una emoción concreta, por ejemplo a un pinchazo de belleza que me deja desorientado; el poema es en ese caso un intento de orientación, es la confección de un mapa que sitúa ese pinchazo con sus coordenadas y todo.
-Por hacerle un hogar de palabras a uno de esos pensamientos que uno cree que pueden ser salvadores; es como ponerle casa al pensamiento para hacer que viva allí, abrir ventanas, instalarle una cama, un baño, una cocina.
-Por ser vulnerable al contagio de otro poema que creo admirable y hacerme la ilusión de que puedo responderle, conversar con él o seguir alguno de sus hilos sueltos.
-Por enseñarle a un amigo algo de lo que me sienta medianamente orgulloso; es cómo decirle mira, he encontrado este trozo de vida, lo he trabajado así, le he hecho esto, aquello, a qué no soy tan desastre.
Entre las razones generales, que funcionan sobre todo cuando no estoy escribiendo, o sea, antes y después:
-Por querer sentir mi tiempo, el rabioso presente, en el lenguaje.
-Por estar enamorado de la capacidad de las palabras por volver a decir la verdad.
-Porque escribir es el modo más fiable que conozco para distinguir lo que importa.
-Por el sentimiento de libertad que produce, toda esa explanada inmensa que significa escribir.
-Por darle forma a seres informes: embriones de voces, sentimientos, sensaciones, ideas.
Antonio Muñoz Molina
Creo que nunca he pensado mucho en por qué escribo, salvo cuando me han hecho esa pregunta y he tenido que improvisar una respuesta que sonara convincente. Escribo, sobre todo, porque me gusta mucho hacerlo, y me ha gustado casi desde que tengo recuerdos. Me gustaba inventar cuentos, escribirlos y dibujarlos cuando era niño. Me gustaba escribir redacciones en la escuela. Luego empecé a leer novelas de aventuras y me enteré de que todas ellas tenían un autor, que solía ser Julio Verne, y por primera vez me imaginé practicando ese oficio. Después me aficioné a leer poesía y por imitación me puse a escribir versos, siempre muy malos. Cuando tuve una máquina de escribir se me iban las tardes improvisando lo que fuera, por el puro gusto de golpear las teclas: diarios, poemas, obras de teatro. Escribo por gusto y porque me gano la vida escribiendo. Algunas veces disfruto mucho y otras preferiría estar haciendo cualquier otra cosa. Pero en ocasiones en que me he puesto a escribir contra mi voluntad y casi a la fuerza he encontrado cosas que de otra manera no se me habrían ocurrido. También escribo por quitarme la mala conciencia de no haber escrito, o para tener el alivio de haberlo hecho. Me puedo imaginar no publicando, al menos durante largos períodos, pero no me imagino no escribiendo. En el fondo es un vicio, un hábito cotidiano, o una manera de estar en el mundo, como tener afición por la lectura o por la música.
Julia Navarro
Para mí, escribir es una oportunidad de viajar al mundo de los sueños y de la imaginación; de inventar personajes y de vivir otras vidas; pero también de asumir compromisos, aunque a veces vayan envueltos con el papel del entretenimiento.
Andrés Neuman
Escribo porque de niño sentí que la escritura era una forma de curiosidad e ignorancia. Escribo porque la infancia es una actitud. Escribo porque no sé, y no sé por qué escribo. Escribo porque solo así puedo pensar. Escribo porque la felicidad también es un lenguaje. Escribo porque el dolor agradece que lo nombren. Escribo porque la muerte es un argumento difícil de entender. Escribo porque me da miedo morirme sin escribir. Escribo porque quisiera ser quienes no seré, vivir lo que no vivo, recordar lo que no vi. Escribo porque, sin ficción, el tiempo nos oprime. Escribo porque la ficción multiplica la vida. Escribo porque las palabras fabrican tiempo, y tiempo nos queda poco.
Amélie Nothomb
Me preguntan por qué elegí escribir. Yo no lo elegí. Es igual que enamorarse. Se sabe que no es una buena idea y uno no sabe cómo ha llegado ahí pero al menos, hay que intentarlo. Se le dedica toda la energía, todos los pensamientos, todo el tiempo. Escribir es un acto y al igual que el amor, es algo que se hace. Se desconoce su modo de empleo, así que se inventa porque necesariamente hay que encontrar un medio para hacerlo, un medio para conseguirlo.
Arturo Pérez-Reverte
Escribo porque hace 25 años que soy novelista profesional, y vivo de esto. Es mi trabajo. Igual que otros pasan en la oficina ocho horas diarias, yo las paso en mi biblioteca, rodeado de libros y cuadernos de notas, imaginando historias que expliquen el mundo como yo lo veo, y llevándolas al papel a golpe de tecla. Procuro hacerlo de la manera más disciplinada y eficaz posible. En cuanto a la materia que manejo, cada cual escribe con lo que es, supongo. Con lo que tiene en los ojos y la memoria. Muchas cosas no necesito inventarlas: me limito a recordar. Fui un escritor tardío porque hasta los 35 años estuve ocupado viviendo y leyendo; pateando el mundo, los libros y la vida. Ahora, con lo que eché en la mochila durante aquellos años, narro mis propias historias. Reescribo los libros que amé a la luz de la vida que viví. Nadie me ha contado lo que cuento.
Nélida Piñón
Yo creo con la esperanza de que la narrativa jamás me abandone, de que siga estando en todas partes. De que como compañera de mis días, irradie los caprichos humanos, los intersticios del misterio, frecuente en los puntos cardinales de mi existencia.
Escribo porque el verbo provoca en mí desasosiego, afila los mil instrumentos de la vida. Y porque, para narrar, dependo de mi creencia en la mortalidad. Con la fe en que una historia bien contada me arrebate las lágrimas. Sobre todo cuando, en medio de la exaltación narrativa, menciona amores contrariados, despedidas hirientes, sentimientos ambiguos, despojados de lógica. Escribo, en conclusión, para ganar un salvoconducto con el que deambular por el laberinto humano.
(Traducción de Carlos Gumpert)
Álvaro Pombo
Pienso en el pequeño cementerio de Londres, a unos diez minutos a pie de Paddington Green, donde robé un perro feo, de cemento, del sepulcro de una dama ahí enterrada. Al venir a Madrid, abandoné ese perro a su suerte en el Flat A, que era el top flat con una cocinita y un cuarto de baño. Escribir esto, ¿es escribir, o no? Es, desde luego, un modo de hacer surgir los recuerdos y las imágenes distinto del modo normal: un modo prefabricado, artificiado, que desea causar un efecto imborrable al menos en mi alma y luego en la de un lector o un millón, si es posible. Y también es un intento de expresar el ser, el Dios, en la claridad del ser-ahí que era yo en aquel entonces, al borde de la nada. Querer decirlo era querer estar más cerca del ser que lo corriente. Aún no sé si estoy en lo cierto. Hablar es inmediato, como respirar. Escribir, mediato como el respirar del pranayama.
Benjamín Prado
Yo escribo por una sola razón: para divertirme, para entretenerlos, para aprender, para enseñarles, para que sea cierto que "escribir es soñar / y que otros lo recuerden / al despertar", para que no me olviden, para que no nos callen y, en primer lugar, porque no podría no hacerlo.
Soledad Puértolas
Las alegrías de la vida te desbordan. El dolor y la pérdida te superan y hunden. El tedio y la monotonía pueden resultar aniquiladores.
Cuando escribo, estoy fuera de esa realidad. He entrado en otra donde sí es posible buscar un sentido, incluso vislumbrarlo.
La soledad, que tantas veces se ha hecho insoportable, se hace ligera y deseable. El estado perfecto.
Hay metas, humanidad, sentidos. Hasta cabe la risa, el gran regalo.
En la vida, el dolor ahoga y la risa es efímera. En el texto, se produce una transformación que la inteligencia no puede explicar. Nos sumergimos en el dolor sin llegar a morir, conquistamos la distancia. Observamos, podemos emocionarnos, escoger, aventurarnos. La incertidumbre de la narración resulta más segura que las certezas de la vida. La palabra se hace enteramente nuestra.
Santiago Roncagliolo
Debería decir que escribo porque no sé hacer nada más: no sé montar bicicleta, llevo un año tratando de sacarme el carné de conducir, no entiendo las declaraciones de Hacienda y, cuando se estropea el ordenador, la única solución que se me ocurre es llorar hasta que se arregle solo. Pero intentaré una respuesta más profunda:
Creo que la realidad no tiene ningún sentido. Las cosas pasan a tu alrededor de una manera errática, a menudo contradictoria, y un día te mueres. Las cosas en que creías dejan de ser ciertas de un momento a otro. En cambio, las novelas tienen un principio, un medio y un desenlace. Los personajes se dirigen hacia algún lugar, la gloria, la autodestrucción o la nada, y sus acciones tienen consecuencias en ese camino. Escribo historias para inventar algo que tenga sentido.
Pero además, escribir -como leer- te devuelve a la realidad mejor equipado para vivirla, con una comprensión mayor de lugares, personajes o sentimientos que no habrías visitado de otra manera. Y en ese sentido, no hace que la realidad sea más sensata, pero sí la vuelve un poquito mejor.
Fernando Royuela
Escribo por perplejidad. Tengo serias limitaciones para entender al ser humano y mediante la escritura las intento mitigar. La literatura es un vehículo fantástico para observar la realidad y descifrarla. Las palabras son los ojos del escritor. Escribir es saber mirar. Escribo para explicarme un universo inexplicable. Escribo para crear y descreer. Mediante la escritura invoco a los hombres y sacrifico a los dioses. Me río. Busco la belleza, también el horror porque escribir es descender a los infiernos y no salir indemne. Escribo para seducir, para subvertir, para sentirme vivo y muerto, para llorar, amar y maldecir. Escribo para no tener que aguantarme, para negar el mundo, para huir. Escribo porque me da la gana y me lo puedo permitir.
David Safier
¿Se acuerda de cuando era niño y jugaba? ¿Inventando historias disparatadas con figuritas de indios, vaqueros o pitufos? ¿O simplemente imaginando en la bañera que era el capitán de un barco pirata que buscaba un tesoro en medio de la tormenta? ¿Se acuerda de cómo se sentía cuando jugaba con otros niños en la calle y vivían increíbles aventuras haciendo de exploradores, cazadores o agentes secretos, luchando contra dinosaurios, monstruos o supermalos que querían destruir la tierra con rayos mortales? Pues bien, todo eso es lo que yo hago todavía. Jugar con mi imaginación. Cada día de mi vida. Y lo seguiré haciendo hasta que me muera. O me vuelva loco. Es lo que me gusta. Y por eso escribo. ¡Hay alguna otra cosa mejor!
Jorge Semprún
Si lo supiese, tal vez no escribiría. Quiero decir, si lo supiera con certeza, si a cada momento pudiese proclamar taxativamente, sin vacilar, por qué escribo, y para qué, para quién o quiénes, si así fuera, tal vez no escribiría. O sea, que escribo, en cierta medida, para encontrar respuestas al porqué. Escribir no es un acto reflejo, ni una función natural. No se escribe como se come o se ama. No se agota en el hecho de escribir el portentoso, o doloroso, o lo uno y lo otro, milagro de la escritura. No se agota, al escribir, el deseo inagotable de la escritura. Tal vez porque sea ésta la mejor forma de sobrevivir. ¿Por qué escribo? Tal vez para sobrevivir a la muerte, la necesaria muerte que me nombra cada día.
Wole Soyinka
Hace varios años, participé en esta misma experiencia con el periódico francés Libération. En aquella ocasión contesté: "Supongo que por el ser masoquista que llevo dentro de mí". Desde entonces, no he tenido ningún motivo para cambiar mi respuesta.
Antonio Tabucchi
Preferiría formular la pregunta así: ¿Por qué se escribe? Hace tiempo, cuando era joven, escuché a Samuel Beckett responder: "No me queda otra". Las respuestas posibles son todas plausibles pero con un punto de interrogación. ¿Escribimos porque tememos a la muerte? ¿Por qué tenemos miedo de vivir? ¿Por qué tenemos nostalgia de la infancia? ¿Por qué el tiempo pasado corrió deprisa o porque queremos detenerlo? ¿Escribimos porque a causa de la añoranza sentimos nostalgia, arrepentimiento? ¿Por qué queríamos haber hecho una cosa y no la hicimos o porque no deberíamos haber hecho algo que hicimos y no debíamos? ¿Por qué estamos aquí y queremos estar allá y si estuviéramos allá nos hubiese resultado mejor quedarnos aquí? Como decía Boudelaire: la vida es un hospital donde cada enfermo quiere cambiar de cama. Uno piensa que se curaría más deprisa si estuviera al lado de la ventana y otro cree que estaría mejor junto a la calefacción.
Andrés Trapiello
¿Para que escribe uno? Para responder sin afectación algún día esta pregunta. Lo natural es hablar, incluso cantar, pero no escribir. Poner las palabras por escrito en un libro es, decía Unamuno, una "tragedia del alma", y acaso se escriba por miedo a quedarse uno a solas con su dolor, como si escribir fuese un remedio, y no un veneno. Así lo siento yo también.
Kirmen Uribe
En noviembre de 2007 tuve la suerte de asistir como escritor invitado a la clase de escritura creativa de Anthony MacCann, en el CalArts de Los Ángeles. Anthony me contó que los mejores de cada promoción son fichados por las grandes productoras para trabajar como guionistas de series de televisión. Se hacen ricos. Los "peores", por el contrario, se dedican a la poesía.
Uno empieza a escribir en la tierna adolescencia por mímesis, porque quiere crear algo parecido a aquello que ha leído. Más tarde, en su juventud, cree que escribir puede hacer mejorar el mundo. Luego se convence de que el suyo es, al fin y al cabo, un oficio. Sin embargo, ahora mismo me doy cuenta que escribo, sencillamente, porque disfruto mucho haciéndolo. Me encanta quedarme solo y escribir. "Un solitario impulso de delicia" me lleva a escribir, como diría Yeats en su poema Un aviador irlandés prevé su muerte. Disfruto casi tanto como los "peores" de CalArts, que tumbados en el césped del campus con un libro en las manos, levantaban la mirada para ver pasar las nubes. Yo, en la clase de Anthony, sería, sin duda, del grupo de los poetas.
Mario Vargas Llosa
Escribo porque aprendí a leer de niño y la lectura me produjo tanto placer, me hizo vivir experiencias tan ricas, transformó mi vida de una manera tan maravillosa que supongo que mi vocación literaria fue como una transpiración, un desprendimiento de esa enorme felicidad que me daba la lectura.
En cierta forma la escritura ha sido como el reverso o el complemento indispensable de esa lectura, que para mí sigue siendo la experiencia máxima más enriquecedora, la que más me ayuda a enfrentar cualquier tipo de adversidad o frustración. Por otra parte, escribir, que al principio es una actividad que incorporas a tu vida con otros, con el ejercicio se va convirtiendo en tu manera de vivir, en la actividad central, la que organiza absolutamente tu vida.
La famosa frase de Flaubert que siempre cito: "Escribir es una manera de vivir". En mi caso ha sido exactamente eso. Se ha convertido en el centro de todo lo que yo hago, de tal manera que no concebiría una vida sin la escritura y, por supuesto, sin su complemento indispensable, la lectura.
Juan Gabriel Vásquez
Escribo porque me irrita y me entristece el desorden del mundo, y descubrí hace mucho tiempo que en la buena ficción el mundo tiene un orden o su desorden tiene un sentido. Escribo porque mi inteligencia es limitada y sólo soy capaz de entender lo que viene en palabras. Escribo, por lo tanto, porque no entiendo o porque ignoro: "escribe sobre lo que conoces" me parece el consejo más idiota del mundo, porque se escribe, precisamente, para conocer. Escribo porque no he encontrado otra manera de vivir varias vidas, de ser varias personas, sin hacer daño o poner en riesgo a los que me rodean (y aun así les he hecho daño muchas veces, muchas veces los he puesto en riesgo). Escribo porque, como leí en alguna parte, la imaginación transforma la experiencia en conocimiento.
Manuel Vicent
Si esta pregunta se me hubiera formulado hace muchos años, cuando empecé a escribir, mi respuesta habría sido más romántica, más literaria, más estúpida. Probablemente habría contestado que escribía para crear un mundo a mi imagen, para poder leer el libro que no encontraba en mi biblioteca, para no suicidarme, para enamorar a una niña, para influir en la sociedad o tal vez cínicamente porque no servía para nada más, ni siquiera para arreglar un enchufe. Sin olvidar lo que este oficio tiene de vanidad y de narcisismo, a estas alturas de la profesión creo que escribo porque es un trabajo que me gusta, que unas veces me sale bien y otras mal, pero en cualquier caso la literatura ya forma parte de un mismo impulso vital que me sirve para sentirme a gusto todavía en este mundo, sin que espere gran cosa de su resultado.
Enrique Vila-Matas
Ah, ya veo, vuelve la vieja y pérfida pregunta. Pero también podrían ustedes preguntarme por qué acabo de hacer una lazada en mis zapatos. Y también por qué no me he contentado con un nudo que, para el caso, me habría servido igual. Este tipo de habilidades no nos llaman la atención, por ser muy familiares. Pero, en algún tiempo remoto, un antepasado hizo la primera lazada. Nosotros no somos más que sus imitadores, un eslabón en la cadena ininterrumpida de la tradición. De modo que a quién habría que preguntarle por qué escribo es a ese antepasado, preguntarle por qué quiso ir más allá del nudo.
Juan Eduardo Zúñiga
El jardincillo parece envejecido con los fríos de noviembre y el suelo está cubierto de las hojas caídas de una acacia. Dejo de mirarlo desde la ventana, estoy solo en el cuarto vacío donde tengo los juguetes y los cuentos, en las paredes sujetas con chinchetas hay dos láminas referentes a un país extranjero y extranjero es el autor de un libro que cojo, y me aprendo su nombre: Michel Zevaco. Leo el final del segundo capítulo: un hombre busca sin parar en un cofre lleno de joyas y no encuentra lo más importante para él. Me extraña esto ¿más valioso que joyas ? Tengo al lado un cuaderno y lápiz, sin pensar escribo: "Él buscaba algo entre las joyas ..." y sigo escribiendo, sigo así hasta hoy.
POR QUÉ ESCRIBO - Cincuenta escritores desvelan los secretos de su creación
JESÚS RUIZ MANTILLA 02/01/2011
Algunos llegaron a la literatura por vocación, por el placer de la lectura y para emular a los autores que admiraban. ahora crean por necesidad vital o simplemente lo hacen por dinero. cincuenta autores de renombre nos desvelan los secretos de su obra, los motivos por los que dedican sus vidas a la escritura.
En el principio fue el verbo... Así lo recoge San Juan en su Evangelio. La palabra que conforma el mundo, el nombre que lo explica todo. Puede que no fuera tal, puede que antes del verbo existieran cielos, mares, noche, día, estrellas, firmamento. Pero si nadie sabía cómo nombrarlos, no eran nada, absolutamente nada. Así que al principio fue el verbo, como bien dejó escrito Juan. Y a ese verbo bíblico le siguió la épica de Homero, la duda de los filósofos, la intemperie y el poder de los dioses, el amor y la guerra que nos relata la Iliada y después el delirio del Quijote y luego la soledad de Macondo.
“Nunca me lo he preguntado y no creo que tenga interés”(Eduardo Mendoza)
“Si supiese por qué escribo, tal vez no escribiría”(Jorge Semprún)
“Es el centro de lo que hago. no concibo la vida sin la escritura”(Mario Vargas Llosa)
“Es fantástico dedicarse a algo que uno sabe hacer bien”(Ken Follet)
Puede que después de episodios narrados como aquellos no hiciera falta nada más. Pero a los clásicos, que montaron todos los cimientos del templo, siguieron más generaciones -"el eslabón en la cadena ininterrumpida de la tradición", de la que alerta Vila-Matas-, algunas nuevas preguntas para cada era, nuevos problemas y por tanto conceptos nuevos, palabras nuevas. Detrás de su registro se escondía un escritor. ¿Por qué?
¿Por qué escribir? ¿Para qué nombrar? ¿Para qué contar? Para entender. Para amar y que te amen. Para saber, para conocer. Por miedo, por necesidad, por dinero. Para sobrevivir, porque no todo el mundo sabe bailar el tango, ni jugar bien al fútbol. Por costumbre, para matar la costumbre, por vivir otras vidas y revivir las propias. Por dar testimonio, porque no se sabe bien escribir, confiesa John Banville. Porque leyeron, padecieron y miraron cara a cara a la muerte.
Porque el verbo provoca desasosiego en Nélida Piñón, porque no se elige, como un amor, añade Amélie Nothomb. Por ser el masoquista que uno lleva dentro, aduce Wole Soyinka, por los arroyos y los torrentes de los libros leídos, cuenta Fernando Iwasaki, como forma de existencia, según Elvira Lindo. "Una manera de vivir", que dice Vargas Llosa parafraseando a Flaubert. Para sentirse vivo y muerto, proclama Fernando Royuela, igual que uno respira, suelta entre interrogaciones Carlos Fuentes. O para sobrevivir a ese fin, "a la necesaria muerte que me nombra cada día", testimonia Jorge Semprún.
La escritura es dolor y placer. Como el cuento, como la retórica aristotélica, se arma, se aprende. Principio y fin. Antes que nada vino el verbo, lo deja claro San Juan. También lo sabía Kafka. Pero el escritor checo pregunta: ¿Y al final? Quizás silencio, como interpreta de su obra George Steiner, con buen tino, oliéndose el apocalipsis de la destrucción europea.
Como testimonio también se mete uno entre papeles. Por el mismo motivo que Ana Frank comenzó a organizar su diario. O que la poeta rusa Anna Ajmatova, cuando se pasó 17 meses en las filas de las cárceles de Leningrado para ver a su hijo, respondió a una mujer que la reconoció y le preguntó si podría describir aquello que sí, que lo haría. "Entonces", dice Anna en Réquiem, "una especie de sonrisa se deslizó por lo que alguna vez había sido su rostro". Eso fue suficiente motivo. La emoción de la verdad, la justicia de dejar constancia. Para que otros quizás lo apliquen a su presente, para que no se vuelva a repetir.
Pero Anna Ajmatova confesó además que escribía por sentir un vínculo con el tiempo. También lo hizo por amor, por miedo al amor, por desgarro. En honor a las musas, como Shakespeare, "ese goloso de las palabras", a juicio de Steiner, en sus Sonetos: "Mi musa por educación se muerde / la lengua y calla mientras se compilan / elogios que te visten de oropeles/ y frases que las otras musas liman". Una pieza que acaba con toda una declaración de intenciones y una respuesta al gran asunto de la escritura: "Si a otros por sus dichos los respetas, / a mí, por lo que pienso, que es mi letra".
Al principio fue el verbo. Pero Shakespeare o Cervantes lo enaltecieron, lo igualaron a la medida de Dios. Porque exploraron todos los delirios y las pasiones de sus criaturas. ¿Por qué escribir? Para emularlos, sin más, podría ser. "Para parecerme a Espronceda", como suelta Caballero Bonald. Escribir porque se medita, como Descartes, como Chesterton, cuya obra nos envuelve en una paradoja sin fin. Para adentrarse en los laberintos y no necesariamente querer salir de ellos, como Borges. "Porque estamos aquí, pero querríamos estar allí", dice Antonio Tabucchi. Por emular la infancia, cuando la niña Almudena Grandes enmendaba la plana a los finales que no le gustaban, por volver a inventar historias de indios, vaqueros y pitufos, dice David Safier, porque a la hora de hacerlo, "disfrutar es una palabra que se queda corta", confiesa Ken Follet.
Para fijar la memoria, una forma de "hacer surgir los recuerdos y las imágenes", cuenta Álvaro Pombo. Para volver a vidas anteriores, a las lecturas y los tumbos que cada uno lleva en la mochila, según Arturo Pérez-Reverte. Como vicio solitario, describe Héctor Abad Faciolince, porque uno no se encuentra bien, asegura Juan José Millás. Por afición o por aflicción, que dice Gonzalo Hidalgo Bayal. O porque le gustaban las redacciones en el colegio, como descubrió Antonio Muñoz Molina. Y hasta hoy.
La palabra es agua y cada historia, el río que las lleva. El escritor es quien domina la corriente, como hicieron Dostoievski, Balzac, Galdós, Clarín, Dickens, Flaubert, Tolstoi, que siguió la estela épica de Homero como nadie. O contracorriente, como luego vinieron a hacerlo Marcel Proust, James Joyce, Valle-Inclán. Sin duda, hay que enfrentarse a ello, como dice Josep Pla en su Diccionario de Literatura, "con temperamento". O con el empeño de conocerse, a la manera de Montaigne y los grandes memorialistas posteriores del siglo XVIII, entre la verdad y la exageración pero con talento, como Casanova.
El juego, la tortura de la palabra también es lícita. Pero eso es más cometido de los poetas, como admitía Jaime Gil de Biedma. Para él, escribir era "erosionar el idioma en la forma que el idioma lo admite". Es decir, maltratar el verbo, fustigarlo, estrangularlo. Pero para resucitarlo después, como el Evangelio. A lo largo de la historia, el escritor ha visto crecer Babel y ha contribuido a entenderlo. Pero hubo también un tiempo, en el siglo XX, que lo aniquiló, que se arrojó al apocalipsis con la II Guerra Mundial. Disfrutemos en esta nueva era. Todos los motivos, todas las respuestas que se les ocurran a quienes deben contar nuestra historia son válidas.
Héctor Abad Faciolince
Porque mi cerebro se comunica mejor con mis manos que con la lengua. Porque el papel es un filtro, una coraza, entre mis palabras y los ojos del otro. Porque me odio menos escribiendo que hablando. Porque mientras escribo puedo corregir, escoger una por una las palabras y nadie me interrumpe ni se desespera mientras las encuentro. Por un ameno vicio solitario.
John Banville
Escribo porque no sé escribir. Un periodista le preguntó una vez a Gore Vidal por qué escribió Myra Breckinridge, a lo que contestó: 'Porque no estaba ahí'. Fue una buena respuesta. Poner algo nuevo en el mundo es un privilegio que no se le concede a mucha gente. Y además, la realidad no es real para mí hasta que no se haya pasado por el tamiz de las palabras. Por eso, supongo que escribo con el fin de imaginarme la realidad totalmente real. El arte crea la vida, dice Henry James, y así es.
Felipe Benítez Reyes
Si a alguien le preguntan por qué escribe, lo normal es que recurra a una frase más o menos ingeniosa, y casi todas las frases ingeniosas contienen un grado oscilante de falsedad, porque el ingenio suele implicar una ligera alteración del sentido en beneficio de la formulación misma. No sé por qué escribo, ni tampoco tengo demasiado interés en saberlo. En este caso, me preocupa más el cómo que el porqué. La pregunta me parece ociosa, de modo que cualquier respuesta posible no pasaría de ser una pirueta truculenta en el vacío. Aunque -quién sabe- a lo mejor escribe uno para eso: para obtener respuestas sin el requisito de una pregunta previa y, sobre todo, para ensayar piruetas truculentas en el vacío, que es un territorio literario bastante fértil.
John Boyne
Como la mayoría de los escritores, no escribo porque lo haya elegido; escribo porque tengo que hacerlo. Escribo porque estoy tratando de entenderme a mí mismo, mi vida, la razón por la que nací, la explicación de por qué moriré, y descubro que solo puedo hacerlo entrando en un universo habitado por personajes que nacen de mi imaginación. Escribo porque las historias entran en mi mente y me niego a irme hasta que no escribo 26 letras en el teclado y las envío a una pantalla ante mis ojos. Escribo por Charles Dickens. Y por George Orwell. Y John Irving. Y Colm Toibin. Escribo porque me encanta la sensación de tener un libro en mis manos y un libro en mi cabeza. Escribo porque me encantan las palabras. Escribo porque leo. Escribo porque siempre quiero saber qué ocurrirá a continuación.
José Manuel Caballero Bonald
Empecé a escribir porque quería parecerme a Espronceda. Ya lo he contado por ahí alguna vez. Un día encontré en mi casa familiar una biografía del poeta y quedé fascinado por alguien que murió con 33 años y había vivido las grandes aventuras: fundó una sociedad secreta, sufrió persecuciones y cárceles, anduvo exiliado en Lisboa y Londres, combatió en las barricadas de París, fue guardia de corps y diputado, vivió amores difíciles, luchó heroicamente contra el absolutismo, etcétera. Pues bien, como yo no podía emular a Espronceda en tantas y tan singulares hazañas, elegí lo que me resultaba más factible: ejercer de insumiso y escribir poesía. Luego, con los años, la afición por la lectura me fue activando una discontinua dedicación a la escritura. Y así hasta hoy.
Andrea Camilleri
Escribo porque siempre es mejor que descargar cajas en el mercado central.
Escribo porque no sé hacer otra cosa.
Escribo porque después puedo dedicar los libros a mis nietos.
Escribo porque así me acuerdo de todas las personas a las que tanto he querido.
Escribo porque me gusta contarme historias.
Escribo porque me gusta contar historias.
Escribo porque al final puedo tomarme mi cerveza.
Escribo para devolver algo de todo lo que he leído.
(Traducción de Carlos Gumpert)
Luisa Castro
La escritura para mí es una rendición. No soy una escritora con método; se me caen muchas cosas de las manos. Solo progresa la escritura que previamente se ha ido gestando dentro de mí, a veces contra mí. Escribo para conocer esos relatos, para descubrirlos. Me los cuento a mí misma. Me asombro, me indigno, me río, lloro y pataleo. No me siento dueña de mis relatos, tienen vida propia, son autónomos y más poderosos que yo. No me identifico con ellos, no comparto sus ideas, ni su visión del mundo. Se producen en mi cabeza sin mi permiso, y cuando los suelto es porque me han vencido. No hay otra razón.
Lucía Etxebarria
1. Para que me quieran más como Bryce Echenique. 2. Porque cada vez que alguien me dice " tus libros me han ayudado mucho, por favor sigue escribiendo", me da una razón para hacerlo.
3. Para entenderme a mí misma. 4. Porque disfruto mucho haciéndolo. 5. Porque al colocar a personajes en situaciones que simbólicamente pueden representar aspectos de mi vida, y conseguir que salgan airosos de ellas, de alguna forma me salvo a mí. 6. Para darles voz a personas cuyas historias nadie escuchaba 7. Porque es como enviar un mensaje en una botella: creo que quizá le llegue a alguien a quien no conozco, pero que lo entenderá. 8. Porque siempre lo he hecho, porque es natural en mí, y porque es de las cosas que mejor hago, amén de dibujar, cocinar, hacer el amor y organizar fiestas. 9. Porque es una forma rentable y efectiva de exorcizar neurosis. 10. En parte, porque me pagan. Escribo por amor, publico por dinero. Por esa razón, no publico ni la mitad de lo que escribo.
Umberto Eco
Porque me gusta.
Ken Follet
Cuando me levanto por la mañana en lo primero que pienso es en escribir la próxima escena de mi libro. Es con lo que más disfruto. Es fantástico dedicarse a algo que uno sabe hacer bien. Disfruto escribiendo pero "disfrutar" es una palabra que se queda corta. El acto de escribir me apasiona. Envuelve todo mi intelecto, mis emociones y comprende lo que sé del mundo y de cómo funciona el ser humano. Todo forma parte del reto de hechizar a mis lectores. Mi trabajo me absorbe de forma total.
Carlos Fuentes
¿Por qué respiro?
Almudena Grandes
Cuando era pequeña y leía un libro que me gustaba mucho, me inventaba a solas, para mí sola, otro final, la continuación que su autor no había querido escribir. Todavía ahora, cuando no puedo dormir, me cuento historias, las pienso, las repaso, las describo en silencio, con los ojos cerrados, hasta que me quedo dormida.
No estoy muy segura -dudo que alguien pueda estarlo-, pero creo que escribo porque siento una necesidad insuperable de escribir. Para mí, la escritura es un impulso que no se define por sus resultados, sino por su naturaleza necesaria, algo parecido al hambre o la sed, que pueden proporcionar mucho placer, si se sacian, o mucho sufrimiento, si persisten, pero nunca dejan de ser dos necesidades, el hambre y la sed.
Mark Haddon
Ficción, poesía, teatro, pintura, dibujo, fotografía... en realidad eso no importa .
Un día que no consigo hacer alguna cosa, por pequeña que sea, me parece un día desperdiciado.
Una semana sin crear algún tipo de arte me resulta sumamente dolorosa.
A veces puede parecer una bendición ser así, saber con tanta certeza lo que quiero hacer.
Pero a menudo es un sufrimiento porque saber lo que quieres no es lo mismo que saber cómo hacerlo.
Podría haberme dedicado a cualquier otra cosa salvo que no me siento en condiciones para ello.
Odio que me digan lo que tengo que hacer y cuándo tengo que hacerlo y, aunque disfruto en compañía, necesito pasar varias horas al día solo, únicamente pensando.
Por eso nunca he conseguido conservar un "auténtico" trabajo durante más de seis semanas.
¿Por qué escribo? La única respuesta es porque no puedo hacer otra cosa.
Gonzalo Hidalgo Bayal
"Por afición, por aflicción", escribí alguna vez. Por afición, porque es inclinación, necesidad, perseverancia y distracción. Por aflicción, porque solo el dolor y sus numerosas circunstancias proporcionan suficiente materia literaria in hac lachrymarum valle. En la afición se centra la relación con el lenguaje, que es, cuanto más intensa, más grata y divertida. La aflicción obliga, en cambio, a la búsqueda del sentido, si es que algún sentido tienen las desventuras de los hombres. Y, en fin, como antídoto contra el sinsentido y las sinrazones de la trama, tal vez también para no caer en las vanidades de la trascendencia, el virtuoso ejercicio de un séptimo sentido: el sentimiento del humor.
Fernando Iwasaki
Escribo porque leo y gracias a la lectura nacen arroyos y afluentes del torrente de libros leídos. Escribo porque creo en la austera inmortalidad de la palabra escrita y en las bibliotecas como paraísos laicos. Escribo porque es el más poderoso acto libertario que conozco. Escribo porque el hechizo de la literatura es fulminante y a mí me hace ilusión ser aprendiz de aquellas magias. Escribo porque mis padres y mis hijos se alegran cada vez que alguien les cuenta que ha leído algo mío. Escribo porque contar historias es el oficio más antiguo del mundo. Escribo porque dedico todos los libros de ficción a mi mujer y así -mientras siga escribiendo- ella sabrá que la sigo queriendo.
Use Lahoz
Es una pregunta trampa en cuya respuesta se funden el placer y la necesidad. Supongo que escribo porque adoro las sorpresas y vivir con intensidad. Nada hay más inalcanzable que lo vivido, y la escritura incluye a veces la quimera de atrapar el pasado junto a la posibilidad de soñar despierto. Trae implícita la aventura de revivir, de combatir el paso del tiempo. Escribir ayuda a comprender y a ordenar el desorden. Escribir equilibra. Escribo para encontrar sentido al sinsentido, y porque me permite sentir el placer de contar la realidad y lo que imagino. Y también porque en el acto de escribir interviene la memoria, la experiencia y la imaginación, bienes a proteger. Escribo para reflexionar y pensar y darle vueltas a la vida de personajes siempre más interesantes que la mía. Y disfrutar del placer de la ficción, que es adictivo y que, como la realidad, no tiene límites. Escribo por supuesto para combatir el aburrimiento y pasarlo en grande. Para un escritor vivir, fundamentalmente, es escribir. Escribo para estar en paz conmigo mismo, por aquello que decía Machado de "yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas". Escribo porque conmueve y perdura, cada novela es la primera. Además es bastante barato. En fin: escribo porque aprendo, y así, a veces, parece que siga estudiando.
Donna Leon
Al principio, con los primeros libros, escribía para ver si podía hacerlo. Nunca había escrito un libro antes. Se me ocurrió la idea de escribir uno y por eso lo intenté. Después de todo, había leído muchos libros, por eso me parecía que el siguiente paso era escribir uno. Al final, resultó ser bastante más que un paso, pero a lo largo del proceso, resultó que escribir un libro era muy divertido.
Y por eso ahora, después de 20 años haciéndolo y de 20 libros, lo hago porque es divertido. Los personajes hacen lo que les digo que hagan; la realidad se puede cambiar para adaptarla a mis necesidades; si alguien muere, lo puedo resucitar al día siguiente; si hay un problema social que me indigna, puedo hacer que un personaje exprese una opinión. No es necesariamente mi opinión pero normalmente es una opinión firme.
Supongo que también hay un elemento de vanidad en ello. En una cena, todos queremos que presten atención a nuestras ideas, ¿no es cierto? Pero los buenos modales mandan que compartamos la conversación con los demás. Pero en un libro, nuestro libro, nosotros los escritores podemos seguir -bla, bla, bla- sin parar, y nunca tenemos que interrumpirnos para dejar hablar a nadie más.
Elvira Lindo
"Escribo desde los nueve años. Desde muy joven empezaron a pagarme en la radio por guiones, cuentos y sketches. A los 31 años comencé a escribir libros. Pensé que escribir era mi oficio hasta que me di cuenta de que se trataba de algo más. Es un oficio pero también una forma de vida. No sabría vivir sin escribir. Todo lo que hago al cabo del día, lo que veo y escucho, lo que me provoca asombro, alegría o desdicha es material para ser contado. Y esa actitud vital, la de formar parte de la comedia humana pero la de ser también espectadora de ella, ese estar fuera y dentro a la vez, me ayuda a asimilar la experiencia de una manera enriquecedora. Escribo todos los días. Cuando no escribo me siento una inútil, así que he llegado a una conclusión radical: nunca podré dejarlo. No sé hacer otra cosa, no sabría vivir de otra manera".
Alberto Manguel
Porque no sé bailar el tango, tocar un instrumento musical como la celesta o el glockenspiel, resolver problemas de matemáticas superiores, correr una maratón en Nueva York, trazar las órbitas de los planetas, escalar montañas, jugar al fútbol, jugar al rugby, excavar ruinas arqueológicas en Guatemala, descifrar códigos secretos, rezar como un moje tibetano, cruzar el Atlántico en solitario, hacer carpintería, construir una cabaña en Algonquin Park, conducir un avión a reacción, hacer surf, jugar a complejos videojuegos, resolver crucigramas, jugar al ajedrez, hacer costura, traducir del árabe y del griego, realizar la ceremonia del té, descuartizar un cerdo, ser corredor de Bolsa en Hong Kong, plantar orquídeas, cosechar cebada, hacer la danza del vientre, patinar, conversar en el lenguaje de los sordomudos, recitar el Corán de memoria, actuar en un teatro, volar en dirigible, ser cinematógrafo y hacer una película, en blanco y negro, absolutamente realista de Alicia en el País de las Maravillas, hacerme pasar por un banquero respetable y estafar a miles de personas, deleitarme con un plato de tripas à la mode de Caën, hacer vino, ser médico y viajar a un lugar devastado por la guerra y tratar con gente que ha perdido un brazo, una pierna, una casa, un hijo, organizar una misión diplomática para resolver el problema del Medio Oriente, salvar náufragos, dedicar treinta años al estudio de la paleografía sánscrita, restaurar cuadros venecianos, ser orfebre, dar saltos mortales con o sin red, silbar, decir por qué escribo.
Javier Marías
Como ya he dicho en muchas ocasiones, escribo para no tener jefe ni verme obligado a madrugar.
También porque no hay muchas más cosas que sepa hacer, y lo prefiero y me divierte más que traducir o dar clases, que al parecer sí sé hacer. O sabía, son actividades del pasado.
También escribo para no deberle casi nada a casi nadie ni tener que saludar a quienes no deseo saludar.
Porque creo que pienso mejor mientras estoy ante la máquina que en cualquier otro lugar y circunstancia.
Escribo novelas porque la ficción tiene la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que no se da, como dice un personaje de la novela que acabo de terminar. Y porque lo imaginario ayuda mucho a comprender lo que sí nos ocurre, eso que suele llamarse "lo real".
Lo que no hago es escribir por necesidad. Podría pasarme años tan tranquilo, sin escribir una línea. Pero en algo hay que ocupar el tiempo, y algún dinero hay que ganar. También escribo para eso.
Luisgé Martín
Cuando escucho a algún escritor explicar las razones por las que escribe pienso que yo también comparto esas razones. Todas. Me siento como un compendio, como uno de esos hipocondríacos que encuentran en sí mismos todos los síntomas de los que oyen hablar. Escribo como terapia psíquica, para ordenar el mundo y comprenderlo, para explicar el mundo a los demás tal como yo lo veo, para cambiar el mundo, para vivir vidas que no he podido vivir, para enmendar la vida que sí he vivido, para curar mis culpas, para pasar a la posteridad, para sobrevivir a la muerte, para sentir, al menos durante un instante, que soy Dios. Pero hace poco, leyendo el discurso de Pamuk en la Academia Sueca cuando recibió el Nobel, encontré una razón que nunca había escuchado así formulada y que me parece formidable: "Escribo porque puede que así comprenda la razón por la que estoy tan, tan enfadado con ustedes, con todo el mundo".
Luis Mateo Díez
Escribo para disimular la incapacidad de hacer cualquier otra cosa. Escribir no solo me entretiene, también me apasiona y me hace sentir dueño de algo que se contrapone en mi existencia a una cierta inclinación de inutilidad. También escribo, igual que leo, para conocer gente, quiero decir que me siento haciéndolo inmerso en aquel callejón lleno de gente desconocida al que se refería Nemiroski. Siempre hay alguien esperándome, y solo en el relato de la vida encuentro lo más complejo del sentido de la misma. Además, los días en que me quedo satisfecho con lo que acabo de escribir, tengo la convicción de no haber perdido el tiempo.
Eduardo Mendicutti
También a mí, como a Vargas Llosa, me dicen montones de veces que lo único que sé hacer es escribir. A lo mejor por eso acaban dándome el Nobel. Para todo lo demás, estoy convencido, soy un desastre: para poner ladrillos, para cultivar tomates, para imponer el orden, para correr a pie o en bicicleta aunque sea dopado, para condenar a delincuentes -con lo que a mí me gustan algunos delincuentes- sin que se me parta el corazón, o para defenderlos sin contagiarme... Cierto que, desde hace 30 años, soy bastante bueno como secretario general de una patronal de empresas consultoras, pero con algo tengo que redimirme. Así que escribo. Para inventarme inventando historias, para disfrutar del lenguaje, para compensar la timidez, para sacar los pies del plato, para que me lean. Claro que, según algún crítico y algunos colegas, puede que también para escribir sea una calamidad, pero de eso aún no he llegado a convencerme.
Eduardo Mendoza
Sinceramente, no lo sé. Nunca me lo he preguntado, ni al principio, que fue espontáneo, ni a lo largo de todos estos años. Hacerlo a estas alturas no creo que tenga interés, ni para mí ni para nadie. No es una respuesta bonita, pero es la que más se aproxima a la verdad.
Ricardo Menéndez Salmón
Escribo por insatisfacción. Si estuviera satisfecho, me limitaría a "vivir la vida", no a intentar comprenderla mediante la escritura. Claro que al intentar comprenderla, es decir, al escribirla, me doy cuenta de que en realidad la vida resulta incomprensible. Lo cual genera una nueva insatisfacción, la de comprobar que el intento por comprender la vida mediante la literatura lo único que ilumina es la imposibilidad de alcanzar esa comprensión. Pero entonces sucede algo curioso, y es que el hecho de descubrir esa imposibilidad me conmueve, admira e impulsa a escribir más y más. Así, lo que nace como un gesto decepcionado, insatisfecho, acaba convirtiéndose en un acto agradecido, admirativo. De modo que una dolencia (escribo porque soy infeliz; escribo porque soy inconsolable; escribo porque no entiendo lo que me rodea) se acaba convirtiendo en una necesidad (escribo porque no me resigno a ser infeliz, inconsolable e ignorante).
Juan José Millás
Escribo por las mismas razones que leo, porque no me encuentro bien.
Rosa Montero
Escribo porque no puedo detener el constante torbellino de imágenes que me cruza la cabeza, y algunas de esas imágenes me emocionan tanto que siento la imperiosa necesidad de compartirlas. Escribo para tener algo en qué pensar cuando, en la soledad tenebrosa del duermevela, por la noche, en la cama, antes de dormir, me asaltan los miedos y las angustias. Escribo porque mientras lo hago estoy tan llena de vida que mi muerte no existe: mientras escribo soy intocable y eterna. Y, sobre todo, escribo para intentar otorgar al Mal y al dolor un sentido que en realidad sé que no tienen.
Luis Muñoz
Se me amontonan las razones. Son muchas más de lo que luego rinden. Creo que puedo distinguir razones de tipo general y razones particulares.
Entre las particulares:
-Por darle forma a una emoción concreta, por ejemplo a un pinchazo de belleza que me deja desorientado; el poema es en ese caso un intento de orientación, es la confección de un mapa que sitúa ese pinchazo con sus coordenadas y todo.
-Por hacerle un hogar de palabras a uno de esos pensamientos que uno cree que pueden ser salvadores; es como ponerle casa al pensamiento para hacer que viva allí, abrir ventanas, instalarle una cama, un baño, una cocina.
-Por ser vulnerable al contagio de otro poema que creo admirable y hacerme la ilusión de que puedo responderle, conversar con él o seguir alguno de sus hilos sueltos.
-Por enseñarle a un amigo algo de lo que me sienta medianamente orgulloso; es cómo decirle mira, he encontrado este trozo de vida, lo he trabajado así, le he hecho esto, aquello, a qué no soy tan desastre.
Entre las razones generales, que funcionan sobre todo cuando no estoy escribiendo, o sea, antes y después:
-Por querer sentir mi tiempo, el rabioso presente, en el lenguaje.
-Por estar enamorado de la capacidad de las palabras por volver a decir la verdad.
-Porque escribir es el modo más fiable que conozco para distinguir lo que importa.
-Por el sentimiento de libertad que produce, toda esa explanada inmensa que significa escribir.
-Por darle forma a seres informes: embriones de voces, sentimientos, sensaciones, ideas.
Antonio Muñoz Molina
Creo que nunca he pensado mucho en por qué escribo, salvo cuando me han hecho esa pregunta y he tenido que improvisar una respuesta que sonara convincente. Escribo, sobre todo, porque me gusta mucho hacerlo, y me ha gustado casi desde que tengo recuerdos. Me gustaba inventar cuentos, escribirlos y dibujarlos cuando era niño. Me gustaba escribir redacciones en la escuela. Luego empecé a leer novelas de aventuras y me enteré de que todas ellas tenían un autor, que solía ser Julio Verne, y por primera vez me imaginé practicando ese oficio. Después me aficioné a leer poesía y por imitación me puse a escribir versos, siempre muy malos. Cuando tuve una máquina de escribir se me iban las tardes improvisando lo que fuera, por el puro gusto de golpear las teclas: diarios, poemas, obras de teatro. Escribo por gusto y porque me gano la vida escribiendo. Algunas veces disfruto mucho y otras preferiría estar haciendo cualquier otra cosa. Pero en ocasiones en que me he puesto a escribir contra mi voluntad y casi a la fuerza he encontrado cosas que de otra manera no se me habrían ocurrido. También escribo por quitarme la mala conciencia de no haber escrito, o para tener el alivio de haberlo hecho. Me puedo imaginar no publicando, al menos durante largos períodos, pero no me imagino no escribiendo. En el fondo es un vicio, un hábito cotidiano, o una manera de estar en el mundo, como tener afición por la lectura o por la música.
Julia Navarro
Para mí, escribir es una oportunidad de viajar al mundo de los sueños y de la imaginación; de inventar personajes y de vivir otras vidas; pero también de asumir compromisos, aunque a veces vayan envueltos con el papel del entretenimiento.
Andrés Neuman
Escribo porque de niño sentí que la escritura era una forma de curiosidad e ignorancia. Escribo porque la infancia es una actitud. Escribo porque no sé, y no sé por qué escribo. Escribo porque solo así puedo pensar. Escribo porque la felicidad también es un lenguaje. Escribo porque el dolor agradece que lo nombren. Escribo porque la muerte es un argumento difícil de entender. Escribo porque me da miedo morirme sin escribir. Escribo porque quisiera ser quienes no seré, vivir lo que no vivo, recordar lo que no vi. Escribo porque, sin ficción, el tiempo nos oprime. Escribo porque la ficción multiplica la vida. Escribo porque las palabras fabrican tiempo, y tiempo nos queda poco.
Amélie Nothomb
Me preguntan por qué elegí escribir. Yo no lo elegí. Es igual que enamorarse. Se sabe que no es una buena idea y uno no sabe cómo ha llegado ahí pero al menos, hay que intentarlo. Se le dedica toda la energía, todos los pensamientos, todo el tiempo. Escribir es un acto y al igual que el amor, es algo que se hace. Se desconoce su modo de empleo, así que se inventa porque necesariamente hay que encontrar un medio para hacerlo, un medio para conseguirlo.
Arturo Pérez-Reverte
Escribo porque hace 25 años que soy novelista profesional, y vivo de esto. Es mi trabajo. Igual que otros pasan en la oficina ocho horas diarias, yo las paso en mi biblioteca, rodeado de libros y cuadernos de notas, imaginando historias que expliquen el mundo como yo lo veo, y llevándolas al papel a golpe de tecla. Procuro hacerlo de la manera más disciplinada y eficaz posible. En cuanto a la materia que manejo, cada cual escribe con lo que es, supongo. Con lo que tiene en los ojos y la memoria. Muchas cosas no necesito inventarlas: me limito a recordar. Fui un escritor tardío porque hasta los 35 años estuve ocupado viviendo y leyendo; pateando el mundo, los libros y la vida. Ahora, con lo que eché en la mochila durante aquellos años, narro mis propias historias. Reescribo los libros que amé a la luz de la vida que viví. Nadie me ha contado lo que cuento.
Nélida Piñón
Yo creo con la esperanza de que la narrativa jamás me abandone, de que siga estando en todas partes. De que como compañera de mis días, irradie los caprichos humanos, los intersticios del misterio, frecuente en los puntos cardinales de mi existencia.
Escribo porque el verbo provoca en mí desasosiego, afila los mil instrumentos de la vida. Y porque, para narrar, dependo de mi creencia en la mortalidad. Con la fe en que una historia bien contada me arrebate las lágrimas. Sobre todo cuando, en medio de la exaltación narrativa, menciona amores contrariados, despedidas hirientes, sentimientos ambiguos, despojados de lógica. Escribo, en conclusión, para ganar un salvoconducto con el que deambular por el laberinto humano.
(Traducción de Carlos Gumpert)
Álvaro Pombo
Pienso en el pequeño cementerio de Londres, a unos diez minutos a pie de Paddington Green, donde robé un perro feo, de cemento, del sepulcro de una dama ahí enterrada. Al venir a Madrid, abandoné ese perro a su suerte en el Flat A, que era el top flat con una cocinita y un cuarto de baño. Escribir esto, ¿es escribir, o no? Es, desde luego, un modo de hacer surgir los recuerdos y las imágenes distinto del modo normal: un modo prefabricado, artificiado, que desea causar un efecto imborrable al menos en mi alma y luego en la de un lector o un millón, si es posible. Y también es un intento de expresar el ser, el Dios, en la claridad del ser-ahí que era yo en aquel entonces, al borde de la nada. Querer decirlo era querer estar más cerca del ser que lo corriente. Aún no sé si estoy en lo cierto. Hablar es inmediato, como respirar. Escribir, mediato como el respirar del pranayama.
Benjamín Prado
Yo escribo por una sola razón: para divertirme, para entretenerlos, para aprender, para enseñarles, para que sea cierto que "escribir es soñar / y que otros lo recuerden / al despertar", para que no me olviden, para que no nos callen y, en primer lugar, porque no podría no hacerlo.
Soledad Puértolas
Las alegrías de la vida te desbordan. El dolor y la pérdida te superan y hunden. El tedio y la monotonía pueden resultar aniquiladores.
Cuando escribo, estoy fuera de esa realidad. He entrado en otra donde sí es posible buscar un sentido, incluso vislumbrarlo.
La soledad, que tantas veces se ha hecho insoportable, se hace ligera y deseable. El estado perfecto.
Hay metas, humanidad, sentidos. Hasta cabe la risa, el gran regalo.
En la vida, el dolor ahoga y la risa es efímera. En el texto, se produce una transformación que la inteligencia no puede explicar. Nos sumergimos en el dolor sin llegar a morir, conquistamos la distancia. Observamos, podemos emocionarnos, escoger, aventurarnos. La incertidumbre de la narración resulta más segura que las certezas de la vida. La palabra se hace enteramente nuestra.
Santiago Roncagliolo
Debería decir que escribo porque no sé hacer nada más: no sé montar bicicleta, llevo un año tratando de sacarme el carné de conducir, no entiendo las declaraciones de Hacienda y, cuando se estropea el ordenador, la única solución que se me ocurre es llorar hasta que se arregle solo. Pero intentaré una respuesta más profunda:
Creo que la realidad no tiene ningún sentido. Las cosas pasan a tu alrededor de una manera errática, a menudo contradictoria, y un día te mueres. Las cosas en que creías dejan de ser ciertas de un momento a otro. En cambio, las novelas tienen un principio, un medio y un desenlace. Los personajes se dirigen hacia algún lugar, la gloria, la autodestrucción o la nada, y sus acciones tienen consecuencias en ese camino. Escribo historias para inventar algo que tenga sentido.
Pero además, escribir -como leer- te devuelve a la realidad mejor equipado para vivirla, con una comprensión mayor de lugares, personajes o sentimientos que no habrías visitado de otra manera. Y en ese sentido, no hace que la realidad sea más sensata, pero sí la vuelve un poquito mejor.
Fernando Royuela
Escribo por perplejidad. Tengo serias limitaciones para entender al ser humano y mediante la escritura las intento mitigar. La literatura es un vehículo fantástico para observar la realidad y descifrarla. Las palabras son los ojos del escritor. Escribir es saber mirar. Escribo para explicarme un universo inexplicable. Escribo para crear y descreer. Mediante la escritura invoco a los hombres y sacrifico a los dioses. Me río. Busco la belleza, también el horror porque escribir es descender a los infiernos y no salir indemne. Escribo para seducir, para subvertir, para sentirme vivo y muerto, para llorar, amar y maldecir. Escribo para no tener que aguantarme, para negar el mundo, para huir. Escribo porque me da la gana y me lo puedo permitir.
David Safier
¿Se acuerda de cuando era niño y jugaba? ¿Inventando historias disparatadas con figuritas de indios, vaqueros o pitufos? ¿O simplemente imaginando en la bañera que era el capitán de un barco pirata que buscaba un tesoro en medio de la tormenta? ¿Se acuerda de cómo se sentía cuando jugaba con otros niños en la calle y vivían increíbles aventuras haciendo de exploradores, cazadores o agentes secretos, luchando contra dinosaurios, monstruos o supermalos que querían destruir la tierra con rayos mortales? Pues bien, todo eso es lo que yo hago todavía. Jugar con mi imaginación. Cada día de mi vida. Y lo seguiré haciendo hasta que me muera. O me vuelva loco. Es lo que me gusta. Y por eso escribo. ¡Hay alguna otra cosa mejor!
Jorge Semprún
Si lo supiese, tal vez no escribiría. Quiero decir, si lo supiera con certeza, si a cada momento pudiese proclamar taxativamente, sin vacilar, por qué escribo, y para qué, para quién o quiénes, si así fuera, tal vez no escribiría. O sea, que escribo, en cierta medida, para encontrar respuestas al porqué. Escribir no es un acto reflejo, ni una función natural. No se escribe como se come o se ama. No se agota en el hecho de escribir el portentoso, o doloroso, o lo uno y lo otro, milagro de la escritura. No se agota, al escribir, el deseo inagotable de la escritura. Tal vez porque sea ésta la mejor forma de sobrevivir. ¿Por qué escribo? Tal vez para sobrevivir a la muerte, la necesaria muerte que me nombra cada día.
Wole Soyinka
Hace varios años, participé en esta misma experiencia con el periódico francés Libération. En aquella ocasión contesté: "Supongo que por el ser masoquista que llevo dentro de mí". Desde entonces, no he tenido ningún motivo para cambiar mi respuesta.
Antonio Tabucchi
Preferiría formular la pregunta así: ¿Por qué se escribe? Hace tiempo, cuando era joven, escuché a Samuel Beckett responder: "No me queda otra". Las respuestas posibles son todas plausibles pero con un punto de interrogación. ¿Escribimos porque tememos a la muerte? ¿Por qué tenemos miedo de vivir? ¿Por qué tenemos nostalgia de la infancia? ¿Por qué el tiempo pasado corrió deprisa o porque queremos detenerlo? ¿Escribimos porque a causa de la añoranza sentimos nostalgia, arrepentimiento? ¿Por qué queríamos haber hecho una cosa y no la hicimos o porque no deberíamos haber hecho algo que hicimos y no debíamos? ¿Por qué estamos aquí y queremos estar allá y si estuviéramos allá nos hubiese resultado mejor quedarnos aquí? Como decía Boudelaire: la vida es un hospital donde cada enfermo quiere cambiar de cama. Uno piensa que se curaría más deprisa si estuviera al lado de la ventana y otro cree que estaría mejor junto a la calefacción.
Andrés Trapiello
¿Para que escribe uno? Para responder sin afectación algún día esta pregunta. Lo natural es hablar, incluso cantar, pero no escribir. Poner las palabras por escrito en un libro es, decía Unamuno, una "tragedia del alma", y acaso se escriba por miedo a quedarse uno a solas con su dolor, como si escribir fuese un remedio, y no un veneno. Así lo siento yo también.
Kirmen Uribe
En noviembre de 2007 tuve la suerte de asistir como escritor invitado a la clase de escritura creativa de Anthony MacCann, en el CalArts de Los Ángeles. Anthony me contó que los mejores de cada promoción son fichados por las grandes productoras para trabajar como guionistas de series de televisión. Se hacen ricos. Los "peores", por el contrario, se dedican a la poesía.
Uno empieza a escribir en la tierna adolescencia por mímesis, porque quiere crear algo parecido a aquello que ha leído. Más tarde, en su juventud, cree que escribir puede hacer mejorar el mundo. Luego se convence de que el suyo es, al fin y al cabo, un oficio. Sin embargo, ahora mismo me doy cuenta que escribo, sencillamente, porque disfruto mucho haciéndolo. Me encanta quedarme solo y escribir. "Un solitario impulso de delicia" me lleva a escribir, como diría Yeats en su poema Un aviador irlandés prevé su muerte. Disfruto casi tanto como los "peores" de CalArts, que tumbados en el césped del campus con un libro en las manos, levantaban la mirada para ver pasar las nubes. Yo, en la clase de Anthony, sería, sin duda, del grupo de los poetas.
Mario Vargas Llosa
Escribo porque aprendí a leer de niño y la lectura me produjo tanto placer, me hizo vivir experiencias tan ricas, transformó mi vida de una manera tan maravillosa que supongo que mi vocación literaria fue como una transpiración, un desprendimiento de esa enorme felicidad que me daba la lectura.
En cierta forma la escritura ha sido como el reverso o el complemento indispensable de esa lectura, que para mí sigue siendo la experiencia máxima más enriquecedora, la que más me ayuda a enfrentar cualquier tipo de adversidad o frustración. Por otra parte, escribir, que al principio es una actividad que incorporas a tu vida con otros, con el ejercicio se va convirtiendo en tu manera de vivir, en la actividad central, la que organiza absolutamente tu vida.
La famosa frase de Flaubert que siempre cito: "Escribir es una manera de vivir". En mi caso ha sido exactamente eso. Se ha convertido en el centro de todo lo que yo hago, de tal manera que no concebiría una vida sin la escritura y, por supuesto, sin su complemento indispensable, la lectura.
Juan Gabriel Vásquez
Escribo porque me irrita y me entristece el desorden del mundo, y descubrí hace mucho tiempo que en la buena ficción el mundo tiene un orden o su desorden tiene un sentido. Escribo porque mi inteligencia es limitada y sólo soy capaz de entender lo que viene en palabras. Escribo, por lo tanto, porque no entiendo o porque ignoro: "escribe sobre lo que conoces" me parece el consejo más idiota del mundo, porque se escribe, precisamente, para conocer. Escribo porque no he encontrado otra manera de vivir varias vidas, de ser varias personas, sin hacer daño o poner en riesgo a los que me rodean (y aun así les he hecho daño muchas veces, muchas veces los he puesto en riesgo). Escribo porque, como leí en alguna parte, la imaginación transforma la experiencia en conocimiento.
Manuel Vicent
Si esta pregunta se me hubiera formulado hace muchos años, cuando empecé a escribir, mi respuesta habría sido más romántica, más literaria, más estúpida. Probablemente habría contestado que escribía para crear un mundo a mi imagen, para poder leer el libro que no encontraba en mi biblioteca, para no suicidarme, para enamorar a una niña, para influir en la sociedad o tal vez cínicamente porque no servía para nada más, ni siquiera para arreglar un enchufe. Sin olvidar lo que este oficio tiene de vanidad y de narcisismo, a estas alturas de la profesión creo que escribo porque es un trabajo que me gusta, que unas veces me sale bien y otras mal, pero en cualquier caso la literatura ya forma parte de un mismo impulso vital que me sirve para sentirme a gusto todavía en este mundo, sin que espere gran cosa de su resultado.
Enrique Vila-Matas
Ah, ya veo, vuelve la vieja y pérfida pregunta. Pero también podrían ustedes preguntarme por qué acabo de hacer una lazada en mis zapatos. Y también por qué no me he contentado con un nudo que, para el caso, me habría servido igual. Este tipo de habilidades no nos llaman la atención, por ser muy familiares. Pero, en algún tiempo remoto, un antepasado hizo la primera lazada. Nosotros no somos más que sus imitadores, un eslabón en la cadena ininterrumpida de la tradición. De modo que a quién habría que preguntarle por qué escribo es a ese antepasado, preguntarle por qué quiso ir más allá del nudo.
Juan Eduardo Zúñiga
El jardincillo parece envejecido con los fríos de noviembre y el suelo está cubierto de las hojas caídas de una acacia. Dejo de mirarlo desde la ventana, estoy solo en el cuarto vacío donde tengo los juguetes y los cuentos, en las paredes sujetas con chinchetas hay dos láminas referentes a un país extranjero y extranjero es el autor de un libro que cojo, y me aprendo su nombre: Michel Zevaco. Leo el final del segundo capítulo: un hombre busca sin parar en un cofre lleno de joyas y no encuentra lo más importante para él. Me extraña esto ¿más valioso que joyas ? Tengo al lado un cuaderno y lápiz, sin pensar escribo: "Él buscaba algo entre las joyas ..." y sigo escribiendo, sigo así hasta hoy.
domingo, 8 de agosto de 2010
Llapa en Fotografías - Visita en el mes de Mayo
Plaza de Armas del Distrito Capital de San Andrés de Llapa- Provincia de San Miguel- Región de Cajamarca- Perú.
sábado, 7 de agosto de 2010
Acerca de Llapa, en la Web. - Historia e historias.
Realizando una búsqueda en la web, respecto de la historia de mi querido Llapa y todo lo que tenga que ver con ella, encontré una producción con estándares y grados de cientificidad impresionantes, pasajes que tienen que ver con ella, las mismas que me atrevo a publicar en este humilde blog, sabedor que la cultura debe de proliferar sin tener restricciones. Esperando la indulgencia de su autor, y en anhelo de que mis coterráneos y los hijos de éstos, puedan tener acceso y sirva de base, para investigaciones que se puedan realizar en el futuro; documento consistente en una Tesis para Optar el Título de Doctor en Ciencias Sociales, especialidad en Antropología, por ante la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Intitulada: “APUS DE LOS CUATRO SUYOS CONSTRUCCIÓN DEL MUNDO EN LOS CICLOS MITOLÓGICOS DE LAS DEIDADES DE LA MONTAÑA”, Autor: Sánchez Garrafa, Rodolfo.
ILLAPA: LEYENDA DE UNA FORTALEZA LLAMADA "EL CASTILLO"
Versión de Antonio Mendoza Vargas de San Silvestre de Cochán, recogida por Francisco Mauro Santa Cruz Suárez).
Don Antonio, que de Dios goce y en paz descanse, me contaba esta leyenda de nuestro olvidado distrito de San Silvestre de Cochán, parte de nuestro Perú.
Contaba que en este lugar había una tribu con un jefe muy guerrero llamado Llapay Collana. Era el pueblo de los Illapas y creían justamente en su dios Illapa, del cual seguro también deriva el nombre del distrito de Llapa.
Llapay Collana mandó contruir un templo que se llamó LLapaywasi o Templo del Rayo, pero después unas tribus extrañas trataban de invadir y conquistar el territorio de los Illapas. Estas tribus conquistadoras estaban al mando de un jefe llamado Apullayki.
Entonces se produjo una guerra sangrienta, donde fueron vencidos los Illapas, pero en esto urgió un nuevo ejército bien armado, dirigido por el dios rayo, en defensa de los Illapas.
Apullayki quedó gravemente herido por un rayo y después fue degollado por los guerreros. Entonces la tribu vencedora levantó la fortaleza de "El Castillo" y luego pusieron sobre la piedra la cabeza de Apullayki mirando al cielo, para quesiempre sepa quien era el dios Illapa, que vive en los cielos.
Los Illapas tuvieron después muchas batallas más y en todas ganaron, hasta que decidieron unirse al reino de los Caxamarcas.
Hasta ahora están ahí los restos del pueblo de los Illapas. Se puede ver sus ruinas con sus mecetas, sus escaleras, los andenes y los caminos por donde subían a la fortaleza a rendirle adoración al dios Illapa y también se puede ver la cabeza petrificada de Apullayki.
Los llapinos explican en la actualidad que el nombre de su pueblo deriva de los antiguos illapas, hijos y adoradores del Rayo, divinidad a la que se atribuía dominio sobre las aguas. En su variante norteña, el vocablo quechua llapana es sinónimo de wayko o illanku, que en el sur andino se designa también como lloqlla o wayq’o, nombres con los que se designa a lavas torrenciales de piedras, lodo, tierras finas o arenas (Ravines 1978: 8). En años excepcionalmente lluviosos, las cuencas torrenciales más bajas, como las ubicadas entre 1500 y 200 msnm., sufren estas llapanas. El entorno de Llapa es una zona particularmente propensa a este tipo de fenómenos que afectan severamente los campos de cultivo y pastoreo así como el estado de conservación de su carretera.
Otra versión sobre el origen de los llapinos es más precisa respecto a la relación entre el dios Rayo y el comportamiento, en ocasiones destructor, del agua. La disposición amenazante del cielo anunciando tormenta, y la acción del rayo en sus diversas manifestaciones dan lugar a la destrucción de la tierra y a un subsecuente renacimiento.
ALGO DE MI TIERRA Y DE LOS ILLAPAS
(Versión de Vicente Malca Arteaga, Llapa, 70 años)
Mi bisabuela Salomé Hernández y mi madre María Trinidad Arteaga, solían contarme y comentar la vieja historia de los Illapas. Hace tiempo, mucho tiempo, que contaban los Ñupas a los Kupish de los ayllus que en la dirección de la mano derecha, cerca de lo que se conoce como la fortaleza "El Castillo", en la época antes de la fundación incaica, de la colonia de los españoles y de la independencia, en una meseta de la cordillera andina escogida, fuerte, maciza y perenne de la naturaleza, vivía un pueblo muy trabajador y amante de las cosas buenas, seguras, y sembrador de la quinua, la chaucha, las papas, las habas, los ollucos, las mashuas y las ricas ocas: llamado los Illapas.
Y que una vez en gran discordia enojosa con otro pueblo poderoso, en una guerra extraña y cruenta, apareció repentinamente entre las neblinas asentadas y los oscuros nubarrones del cielo una belicosa confluencia catastrófica y admirable de relámpagos, truenos, granizadas, vientos y lluvias incontenibles en favor deeste pueblo de los “Illapas”, vencedor heroico de su acérrimo enemigo “Apullashqui” de Pedregales.
Y quedando los Illapas un poco semidestruidos y que después animados por el arte y el genio voluntario creador de supervivencia andina designaron en la cercanía izquierda la gente de los “Illapas” una llanura suya de tierras fecundas para su nueva reconstrucción.
Y en nuestro citado pueblo, por ley vial de los caminos, se impuso los trabajos obligatorios de la nueva carretera trasandina, oposición injusta de su atrasado bienestar económico, social, educativo de la mayoría de gente campesina.
Y, actualmente, en la albura del año 2000, la población y sus pocos anexos poblados es parte del recuerdo y buen ejemplo de mucha consideración de los “Illapas”. Nuestra descendencia que hoy renace por medio de la unión en el trabajo, los buenos estudios y costumbres de nosotros y otros pueblos y ciudades peruanas y extranjeras, y en el comercio activo de todos los días de sus familias
laboriosas y trabajadoras, aparece al centro de sus tierras cultivadas sembradas de semillas, pastos y vacas lecheras de dos colores, nuestra pequeña floreciente ciudad de Llapa.
Siempre debatiendo, creando y conservando su libertad económica, social, familiar y educativa, contra toda servidumbre y explotación de su bienestar, civilización y su cultura.
Glosario (significados que proporciona el informante para este mito):
Illapas. Significa supervivencia clara y en paz de todos los pobladores, unidos en el trabajo, los buenos hechos y, en caso necesario, el debate, la creación y conservación en su lucha heroica de nuestra naturaleza andina sembrada de dificultades en medio de bellezas y diversas armonías de bienestar.
Apullashki. Significa personaje mágico de la antigüedad andina que, en defensa suya, convirtió en gentes combatientes a las piedras chicas y grandes de los ríos y quebradas más cercanas del lugar.
Ñupas. Significa gentes de la región andina, mayores de edad, que enseñaron historia de la realidad en sus buenas conversaciones.
Kupish. Significa gentes del mismo lugar andino, que no sabían muy bien el origen, la creación organizada y la defensa justiciera de los "Illapas".
Illa. Significa cosa conocida y guardada en secreto para su continua existencia y crecimiento adecuado en seguridad de las personas, de las plantas, de los animales y de todas las buenas semillas portadoras de subsistencia diaria de todos los pobladores serranos en este lugar andino.
Ayllu. Significa lugar o pueblo situado en los Andes.
Yanawanga instructor en artes curativas
Los relatos cajamarquinos recogidos en Llapa presentan a Yanawanga como un apu poderoso, una deidad tutelar a la que se encomiendan preferentemente los curanderos, no solamente de Cajamarca sino de una región bastante amplia, que abarca incluso zonas costeras próximas en el norte del país. En general, los curanderos lambayecanos están familiarizados también con el
Yanawanga.
El ciclo de Yanawanga incorpora de manera definida a los individuos relacionados con esta deidad mediante vínculos y prácticas mágicas. Por lo tanto, los relatos proporcionan derroteros interesantísimos y de utilidad para ayudar a entender el papel desempeñado por la magia y los patrones de adquisición de poder sobrenatural que ella conlleva. De hecho, el núcleo de gran parte de los relatos sobre Yanawanga está constituido por la relación entre un chamán y la
deidad/montaña.
Una oración cantada, para pedir ayuda y el ánimo al cerro negro Yanawanga dice:
Cerro Negro, Yanawanga
préstame tu gran poder
para sanar a mi enfermo
que no se vaya a perder
Cerro Negro, Shingo Caga
tú lo vas a castigar
al Castrejón y al Pitura
que lo hacen padecer
Aya ya yay, Aya ya yay
que salga lo malo,
que entre lo bueno.
En el mito, la montaña es fuente de poder. Se dice que la montaña tiene magnetita, que atrae a cualquier objeto de metal, lo cual es una manera simbólica de expresarse y que destaca la fuerza mágica de Yanawanga. Aunque el mayor poder se concentra en la propia montaña, también puede sentirse a distancia.
El aprendizaje mágico y, por tanto, la adquisición de poder implica que los aprendices de chamán permanezcan por lapsos más o menos largos en los rincones secretos de la montaña, donde dicen que hay una especie de escuela de curanderos.
domingo, 18 de abril de 2010
Ajeno firmamento.
Ajeno Firmamento
¡Levántense ya¡ – la voz hermosa y delicada de mi madre se internaba en mi frágil y adormilada conciencia, remeciéndome fugazmente, con un inofensivo beso en mi fría mejilla- ya es hora de alistarse, sino nos dejará la lechera – única unidad móvil que trasladaba a los esporádicos viajeros que osadamente aventuraban visitar al pequeño y apacible pueblo de Llapa, en clara alusión a una camionetilla de color azul, a la que los viajantes le guardaban un cariño considerable, por sus enormes favores, el de hacernos menos engorroso el arribo, a tan esquivo destino.
- ¡Un ratito…, cinco minutos, mamá! – contesté debilitado aún más con la embriaguez que había desencadenado su ternura y afecto, inclinando mi rostro al lado contrario, y abrazando con fuerza la polvorienta almohadilla que yacía en aquella cama, de la que percibí un olor a humedad rancia, entremezclada con sudor de cabellera, proveniente, seguramente de cuanto visitante optó por dormitar y recostarse en ella. El tálamo estaba cubierto con frazadas de lana de oveja, confeccionadas a callua, era de madera rústica, con acabados grotescos, achacosa en su estructura y ruidosa; que por las características, ciertamente resultaba ser contemporánea de la vieja Lindaura, propietaria del hospedaje. La habitación guardaba un ensombrecido semblante; dejaba la sensación que ésta, se encargaba de filtrar, el pesar de sus ocupantes solitarios, a sus subrepticios poros y los dejaba disgregarse lentamente cada vez que llegaba un nuevo visitante.
- Son las tres y media de la mañana, así que apúrense, porque, sino nos dejará la lechera, y yo no sé..., se quedarán. - En tanto, mi madre se alisaba el cabello esponjoso, con un tridente de plástico, y hurgaba encontrar parte de su rostro en el reflejo de un espejito circular, el que andaba indefectiblemente en su cartera negra, la misma que albergaba todos sus cosméticos y, bajo la tenue luz que proyectaba una vela, adherida en la base de la ventana.
- Hijitos haber acá está sus pantalones y chompas – Mientras descubría el extremo de la cama, empezando por el lugar donde se encontraba mi hermano, pues era el mayorcito, procediendo armónicamente y con sutileza a cubrirle con sus vestimentas; mientras que Yo, meridianamente, reflotaba de los apacibles brazos del sueño; - Haber chiquitín ahora levántese usted – pasando a repetir el mismo procedimiento realizado para con mi hermano, mientras éste se encontraba ya, de pie en medio del cuarto bostezando y estirando sus extremidades superiores, con intensión de sacudir todo vestigio de somnolencia y asegurándose de cubrir bien sus brazos, hasta el tope de las muñecas, al igual que tapando todo resquicio en la parte del cuello y en la parte de los tobillos, a fin de evitar la penetración del frío crudo, de aquella noche.
- ¡Enfoca acá, por favor!. No veo. - le indicaba a mi hermano, mientras descendíamos por las escaleras con dirección a la calle. Dejando la puerta de la habitación, que nos cobijó, con su correspondiente llave tendiendo del candado.
En la calle ya, lo que se advertía, bajo la ciudad, era un cielo despejado, totalmente invadido por estrellas, y surcado intermitentemente por fugaces luceros, los que pude apreciar privilegiadamente, al contar con el bastón protector, de la mano izquierda de mi madre, sin cuidarme de fijar mis sentidos en la disposición del pavimento; dirigiendo mi mirada fija y vacía y mi atención hacia el estrellado espacio obscuro; percepción, que traslucía lo perceptible, en tanto mi mente me trasladaba, a deliberar en desconsuelo, todo aquello que dejaba: mi padre, mi escuela, mis amigos, mi vida.
El camino recorrido, resultó silencioso, entre nosotros; se escuchaba la conversación ininteligible de dos pasajeros varones cubiertos con ponchos de lana de oveja, provistos de botas de jebe, sobre sus cabezas yacían sombreros de pajilla, y en sus cuellos se enroscaban unas bufandas; iban montados en la baranda metálica, en la parte posterior de la aguerrida lechera. Mirábamos, el tenue contorno del rostro de mamá, el mismo que fácilmente captaba la reflexión de la luz que proyectaba la camionetilla hacia adelante, y con mayor precisión, cuando su luz se estrellaba con los peñascos en las curvas cerradas, advirtiendo la agitación de su ondulado cabello, por el viento, generado con la traslación y la velocidad oscilante del aparato motorizado; de marca Datsun, pick up, del año 1980, gasolinera, la que transportaba algunos recipientes de aluminio, los mismos que albergaban el producto lácteo del ganado vacuno de la capital provincial, hacia nuestro destino; allí le esperaba el gigantesco “lechero”, para realizar el transbordo del liquido lácteo y conducirlo hasta la “Perulac” en la capital de departamento.
¿Falta poco, mamá para llegar? – Irrumpió, mi hermano, el silencio que nos consumía. Mientras reiteradamente pensaba en lo nuevo de todo esto, en lo que nos esperaba. ¿Mi padre vendría por nosotros?. Sí, solo es cuestión de tiempo, él vendría por nosotros, me respondía. ¿Qué sucedería con él, al no encontrarnos en casa?. Pobrecito de mi papá, me respondía. ¿Seguiría inflexible y ponderablemente desempeñando en mis calificaciones como lo había hecho hasta entonces?; ¿me acostumbraría sin la presencia de él?, recordaba las calles de Cutervo, las cosas que había vivido allí, mis amigos, mis compañeros, mis profesores, “La Asunción”, mi enorme escuela primaria, administrada y dirigida por religiosas Concepcionistas San Franciscanas de Copacabana, la misma que se encumbraba como una gran escuela, en la que tan solo curse hasta el segundo grado de primaria.
Íbamos sobre su regazo, el cielo al fondo se encontraba atiborrado de estrellas, inicialmente; la atmósfera, luego se iba cercando sutilmente por manchas obscuras, las que no eran más que nubes preñadas de vapor, las que perturban por breves tramos, ver el fondo del infinito, y crecían apresuradas en su cohesión con el vil propósito de esputar su precipitación pluvial. Se escuchaba permanentemente el sonido del motor, agudizando y resonando en los lugares donde precisaba de esfuerzo para sortear el sinnúmero de baches, y los lugares enlodazados de la carretera; precisando más de una vez que los dos pasajeros se apearán y empujarán, a fin de que el ronco y osado armatoste cumpla su pretendido propósito.
¡Levántense ya¡ – la voz hermosa y delicada de mi madre se internaba en mi frágil y adormilada conciencia, remeciéndome fugazmente, con un inofensivo beso en mi fría mejilla- ya es hora de alistarse, sino nos dejará la lechera – única unidad móvil que trasladaba a los esporádicos viajeros que osadamente aventuraban visitar al pequeño y apacible pueblo de Llapa, en clara alusión a una camionetilla de color azul, a la que los viajantes le guardaban un cariño considerable, por sus enormes favores, el de hacernos menos engorroso el arribo, a tan esquivo destino.
- ¡Un ratito…, cinco minutos, mamá! – contesté debilitado aún más con la embriaguez que había desencadenado su ternura y afecto, inclinando mi rostro al lado contrario, y abrazando con fuerza la polvorienta almohadilla que yacía en aquella cama, de la que percibí un olor a humedad rancia, entremezclada con sudor de cabellera, proveniente, seguramente de cuanto visitante optó por dormitar y recostarse en ella. El tálamo estaba cubierto con frazadas de lana de oveja, confeccionadas a callua, era de madera rústica, con acabados grotescos, achacosa en su estructura y ruidosa; que por las características, ciertamente resultaba ser contemporánea de la vieja Lindaura, propietaria del hospedaje. La habitación guardaba un ensombrecido semblante; dejaba la sensación que ésta, se encargaba de filtrar, el pesar de sus ocupantes solitarios, a sus subrepticios poros y los dejaba disgregarse lentamente cada vez que llegaba un nuevo visitante.
- Son las tres y media de la mañana, así que apúrense, porque, sino nos dejará la lechera, y yo no sé..., se quedarán. - En tanto, mi madre se alisaba el cabello esponjoso, con un tridente de plástico, y hurgaba encontrar parte de su rostro en el reflejo de un espejito circular, el que andaba indefectiblemente en su cartera negra, la misma que albergaba todos sus cosméticos y, bajo la tenue luz que proyectaba una vela, adherida en la base de la ventana.
- Hijitos haber acá está sus pantalones y chompas – Mientras descubría el extremo de la cama, empezando por el lugar donde se encontraba mi hermano, pues era el mayorcito, procediendo armónicamente y con sutileza a cubrirle con sus vestimentas; mientras que Yo, meridianamente, reflotaba de los apacibles brazos del sueño; - Haber chiquitín ahora levántese usted – pasando a repetir el mismo procedimiento realizado para con mi hermano, mientras éste se encontraba ya, de pie en medio del cuarto bostezando y estirando sus extremidades superiores, con intensión de sacudir todo vestigio de somnolencia y asegurándose de cubrir bien sus brazos, hasta el tope de las muñecas, al igual que tapando todo resquicio en la parte del cuello y en la parte de los tobillos, a fin de evitar la penetración del frío crudo, de aquella noche.
- ¡Enfoca acá, por favor!. No veo. - le indicaba a mi hermano, mientras descendíamos por las escaleras con dirección a la calle. Dejando la puerta de la habitación, que nos cobijó, con su correspondiente llave tendiendo del candado.
En la calle ya, lo que se advertía, bajo la ciudad, era un cielo despejado, totalmente invadido por estrellas, y surcado intermitentemente por fugaces luceros, los que pude apreciar privilegiadamente, al contar con el bastón protector, de la mano izquierda de mi madre, sin cuidarme de fijar mis sentidos en la disposición del pavimento; dirigiendo mi mirada fija y vacía y mi atención hacia el estrellado espacio obscuro; percepción, que traslucía lo perceptible, en tanto mi mente me trasladaba, a deliberar en desconsuelo, todo aquello que dejaba: mi padre, mi escuela, mis amigos, mi vida.
El camino recorrido, resultó silencioso, entre nosotros; se escuchaba la conversación ininteligible de dos pasajeros varones cubiertos con ponchos de lana de oveja, provistos de botas de jebe, sobre sus cabezas yacían sombreros de pajilla, y en sus cuellos se enroscaban unas bufandas; iban montados en la baranda metálica, en la parte posterior de la aguerrida lechera. Mirábamos, el tenue contorno del rostro de mamá, el mismo que fácilmente captaba la reflexión de la luz que proyectaba la camionetilla hacia adelante, y con mayor precisión, cuando su luz se estrellaba con los peñascos en las curvas cerradas, advirtiendo la agitación de su ondulado cabello, por el viento, generado con la traslación y la velocidad oscilante del aparato motorizado; de marca Datsun, pick up, del año 1980, gasolinera, la que transportaba algunos recipientes de aluminio, los mismos que albergaban el producto lácteo del ganado vacuno de la capital provincial, hacia nuestro destino; allí le esperaba el gigantesco “lechero”, para realizar el transbordo del liquido lácteo y conducirlo hasta la “Perulac” en la capital de departamento.
¿Falta poco, mamá para llegar? – Irrumpió, mi hermano, el silencio que nos consumía. Mientras reiteradamente pensaba en lo nuevo de todo esto, en lo que nos esperaba. ¿Mi padre vendría por nosotros?. Sí, solo es cuestión de tiempo, él vendría por nosotros, me respondía. ¿Qué sucedería con él, al no encontrarnos en casa?. Pobrecito de mi papá, me respondía. ¿Seguiría inflexible y ponderablemente desempeñando en mis calificaciones como lo había hecho hasta entonces?; ¿me acostumbraría sin la presencia de él?, recordaba las calles de Cutervo, las cosas que había vivido allí, mis amigos, mis compañeros, mis profesores, “La Asunción”, mi enorme escuela primaria, administrada y dirigida por religiosas Concepcionistas San Franciscanas de Copacabana, la misma que se encumbraba como una gran escuela, en la que tan solo curse hasta el segundo grado de primaria.
Íbamos sobre su regazo, el cielo al fondo se encontraba atiborrado de estrellas, inicialmente; la atmósfera, luego se iba cercando sutilmente por manchas obscuras, las que no eran más que nubes preñadas de vapor, las que perturban por breves tramos, ver el fondo del infinito, y crecían apresuradas en su cohesión con el vil propósito de esputar su precipitación pluvial. Se escuchaba permanentemente el sonido del motor, agudizando y resonando en los lugares donde precisaba de esfuerzo para sortear el sinnúmero de baches, y los lugares enlodazados de la carretera; precisando más de una vez que los dos pasajeros se apearán y empujarán, a fin de que el ronco y osado armatoste cumpla su pretendido propósito.
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